Alma de skater

septiembre 30, 2009 at 6:25 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara))

Ayer me interesé un poco más por el hombre que pide en la calle a quince metros de donde trabajo. Tarde o temprano, al vernos de lunes a viernes, iba a pasar que comenzáramos a saludarnos y a intercambiar algunas palabras. Sucedió ayer. En un cartón tiene escrito algo de su vida y el porqué del estar ahí… Imagino que tiene escrito algo así porque, la verdad, es un texto bastante extenso y para leerlo por completo debería detenerme durante un lapso de tiempo. Llegué a pensar que ese cartelito no era más que una sutil estrategia de mercadotecnia (otras personas que vi también llevaban textos larguísimos) para atrapar curiosos especializados en la vida ajena que, una vez enterados, no les quedara otra que contribuir. Es feo pensar así, pero peor que pensar así es pasar todos los días y leer, de una relojeada, una o dos palabras para ir armando, de esa manera, el dato biográfico. Pasó que ayer me pescó justo en la relojeada diaria (aunque yo seguía ya de largo) y me saludó. Todo el camino había ido pensando que llegaría al trabajo con cinco o diez minutos de adelanto (ayer, porque hoy me dormí y llegué cuarenta minutos tarde), así que vi la posibilidad de no darle al trabajo más minutos que los justos y necesarios, me detuve y largué la muletilla: “¡Ey! ¿cómo va?”. Puso cara de no muy bien pero es lo que hay. Le dije que él solía ser mucho más puntual y responsable a la hora de llegar al trabajo, y él se sonrió y me aclaró que sí pero que cuando le daban ganas, y la cosa no andaba, se iba, cuando quería, subrayó, y yo convine diciendo que eso era lo bueno de ser tu propio jefe; ya estábamos conversando. Ahí nomás me enteré de un poco más: tiene cincuenta y dos años, una esposa, dos hijos; el mayor, de dieciséis años, es bipolar, está internado y medicado; su esposa y su hija, la menor de nueve años, duermen en un albergue; él duerme en la calle y no recibe ayuda del gobierno, y eso que hizo los trámites correspondientes. Tiene ojos claros (o gastados y desteñidos) y le creo; no parece estar mintiendo. ¿Por qué me mentiría? Nos vemos todos los días. Y si así lo hiciera para conseguir dinero… no seamos tan hipócritas (me refiero a mí y al resto de personas que todos los días lo vemos sentado sobre un cajoncito, una mano sosteniendo el cartón, estirando la otra), cualquiera, todos (y ahora también lo incluyo a él y a los otros, los que no lo ven), todos preferimos estar en una plaza, tirados o andando en patineta, como cualquier hijo de político o próspero empresario multinacional.

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Sobre la pista

septiembre 28, 2009 at 2:00 pm (Uno que cuenta)

Hace unos días atrás volvió a aparecer el detective por las oficinas de este blog: decía que transitaba sobre algunas pistas contundentes; según él, había reducido notablemente el espacio de su búsqueda al descubrir el idioma materno de este «admirador secreto», y su inclinación a elegir seudónimos de origen americano (el último utilizado fue el de un poeta venezolano muerto a principios del siglo pasado); ahí nomás abrió su portafolio y desplegó sobre la mesa un montón de papeles con dibujos y referencias. Sutilmente le dijimos que lamentábamos que su esfuerzo y tiempo fueran en vano, ya que este blog no podía cargar con las cuentas de su bienintencionado trabajo, y que además ya habíamos olvidado por completo a ese «admirador». Al detective pareció no importarle este hecho y siguió exponiendo sus deducciones. Habló de una poetiza nacida en Valencia, en 1954; de un poeta y pintor oriundo de Girona y de 1942. Volvimos a repetirle, ya sin tantas sutilezas, que no podíamos apechugar con un presupuesto para su investigación y que además, inicialmente, lo habíamos contratado para que diera con Errolan, que era una persona física y real, no con un «admirador», que más bien era un hecho potencial y virtual; por último alegamos que de ninguna manera este blog se podía permitir engrosar los archivos de un policial. Él respondió que eso, sinceramente, le importaba un bledo y que no se había acercado para limosnear nada, sino para buscar una información, y pidió hablar con Irtzuberea. Le dijimos que en estos momentos estaba ocupado revisando algunos cuentos pero que si quería podía tratar con Vergara; pensamos que la idea lo iba a amedrentar, teniendo en cuenta un episodio pasado en el que el Chango lo había sentado en el suelo de un trompadón, pero él dijo que Vergara estaba bien, así que llamamos a Vergara; apenas entró este último, y sin alcanzar siquiera a saludar, recibió un violentísimo uppercut a la altura del hígado que lo dejó tendido y boqueando en el suelo; le llevó tiempo reconocer al detective. «Sin rencores», le dijo éste al tiempo que le tendía una mano. «Aparte de servirte para la revancha, ¿qué más puedo hacer por vos?», le preguntó mientras se levantaba y volvía a respirar. «Lo de la venganza es meramente circunstancial. Vine porque quizás tenés alguna información que necesito: ¿conocés a un tal…»; no pudimos oír el nombre pronunciado puesto que se lo dijo directamente al oído, pero pudimos notar que algo había cambiado en la expresión del Chango: por lo menos el dolor físico había dejado de ser lo primordial. Acto seguido, el detective guardó los papeles en su portafolio y le tendió una tarjeta a Vergara: «Si sabés algo, llamame». Se despidió con cortesía del resto y se fue. El Chango se quedó pensativo y guardó cuidadosamente la tarjeta. Luego salió en silencio; se negó a comentarnos qué era lo que tanto lo preocupaba.

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Indoloro

septiembre 23, 2009 at 3:53 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

toilet2Pensar que hay gente que considera el baño como un trámite menor, como el paso por un peaje, como comprar cigarrillos; gente con evacuación de pajarito, que caga al contado.

A mí me resulta incomprensible debido a que mi poder digestivo sólo me permite hacerlo en cómodas cuotas. No pienso exagerar, pero le dedico una parte importante del día. Admito que no responde solamente a un proceso gastrointestinal (también al ducharme me demoro), sino a que me parece el espacio de mayor intimidad dentro de un hogar; tal vez porque mi familia no era de apurarme golpeando la puerta bajo amenazas de ceguera o locura, lo que lo convertía en el lugar más apto para la exploración.

Casa nueva que me muestran, mientras todos aprecian la mampara o el parqué o el cortinado, yo contemplo el baño, si es amplio, si está ventilado, si tiene bañera, si bidé (no voy a detallar sobre este último asunto y su importancia cultural ­–tampoco referiré al tipo de papel higiénico con el que me he topado en algunos aeropuertos europeos–, pero me cuesta dejar de asociar el “primer mundo” con un mundo de culos sucios y pedregosos). Tengo unos amigos que suelen tener un libro sobre la mochila del inodoro; cada vez que los visito veo un libro diferente; esto me dice dos cosas: que también son de pasar rato; y que no nos vemos tan seguido. Hace un tiempo una amiga esbozaba una teoría generacional: decía que la nuestra era tal vez la última generación que aprendió a convivir con su propia mierda; las siguientes pertenecen al mundo del descartable, de personas no dispuestas a reconocer que esa porquería emana de uno. No pretendo ahondar en este tema, pero también me es dable refutar un poco: cuando un grande no quería que tocáramos algo, nos decía que eso era “caca”, ergo, la caca es mala. A mí no me asusta y por eso me paso algún rato en el baño explorando todo lo que llevo dentro, para sacarlo afuera, sea una cagada o no.

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A ver qué dirán

septiembre 22, 2009 at 6:57 pm (Así es Uno)

Alguno dice que es debido a que, el pasado fin de semana, unos amigos, la Y y el E (los que a su vez dicen que se enteraron de sus gustos de lectura por medio de este blog), le regalaron dos libros: Crónica de Dalkey y La vida dura, ambos de O’Brien… Y que al día siguiente se dirigió inmediatamente a la librería a cambiar el primero, pues ya lo tenía, de la cual salió con tres ejemplares nuevos, a saber: Maldición eterna a quien lea estas páginas, de Manuel Puig (se pronuncia «Puig», no «Puch», al menos en este caso en concreto); Cumpleaños, de César Aira; y Confafulario definitivo, de Juan José Arreola, libro que, al parecer, escogió por la cara de loco lindo con la que el autor figura en la solapa. Y si a éstos le sumamos los otros tres libros a medio leer que juntan tierra sobre su mesa de luz… Las lecturas le ocupan gran parte de su tiempo, dice Alguno.                        Otro dice que es porque se ha conseguido una actividad que le parte brutalmente la tarde en dos, imposibilitándole la consecución paulatina, regular e inercial de otros quehaceres.                        No falta Quien dice que las anteriores son meras excusas para paliar la ausencia de temas a tratar o su debilitado nivel de ocurrencia y originalidad.                        Sin embargo, Alguien sostiene que la producción de Uno no ha disminuido en absoluto, sino que ha aumentado el grado de exigencias de Alguno que Otro.

silencio

Pero ahí se lo ve a Uno, silbando tan tranquilo por los corredores de este blog, no haciendo caso a los rumores, y pensando que si Tal o Cual tienen algo que decir, pueden hacerlo y hallarse en todo su derecho, pero si no hay nada para decir, más vale quedarse callado, apretando los labios, tal vez silbando para batallar el silencio.

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No vayas hacia la luz

septiembre 16, 2009 at 7:31 pm (Uno que estudia (Lic. Nolrad Leira))

En la Biblioteca Departamental de Dorrego se conserva el que quizá sea el único ejemplar de Confesiones a la hora de la merienda, donde el notorio Doctor Nicolás M. aborda el estudio de la patología y el vacío. El ejemplar está bastante maltrecho: abundan tachones, subrayados y dibujos en los márgenes, y faltan algunas páginas; las que quedan y se pueden leer no carecen de interés.

La publicación se abre con una breve pero fecunda Introducción donde el autor se bambolea entre la ontología del Ser, el instinto de conservación, algunos conceptos de la Física Atómica y otras apreciaciones del budismo y el taoísmo, para adentrarnos de lleno en el primer capítulo: De un agujero venimos: Somos el agujero. No se sabe a ciencia cierta si este artículo está basado en leyes de la Física o en estructuras del físico, es decir, de la Anatomía, ya que es donde falta la mayor parte de las páginas; tampoco se sabe si este hecho es arbitrario o, simplemente, alegórico. En el segundo capítulo, Si está roto, hay que arreglarlo, el Doctor nos dice que el hombre, el ser humano, en su afán de escapar o abolir el vacío, va remendando y parchando con distintas actividades y creencias de lo que es para cubrir el bache, en lugar de volver sobre sus pasos (que es el camino más corto) y abismarse, lo que nos traslada a un tercer capítulo, No vale barrer y esconder los escombros debajo de la alfombra, donde se menciona que la raíz de la patología está en querer tapar, en el sentido de esconder, el hueco, de no asumirlo, de no aceptar que únicamente somos un montón de partes, una fragmentación de ese agujero. (Muchos otros autores, quizá más orientados a la psiquiatría o a la psicología, refutaron estos capítulos alegando que el verdadero problema de los hombres radica en que siempre están demasiado pendientes de ese agujero original, y que eso les causa todos sus males.)agujero-negro

En capítulos siguientes, las dudas no sólo no se aclaran sino que se reproducen como conejos, y el inminente neurólogo y filósofo (N del E: aunque a algunos sectores de la medicina les urja afirmar que la neurología no es más que una rama específica de la filosofia, en este escrito las trataremos como dos profesiones diferentes) patina en divagaciones sobre el útero, la geología, la muerte, la minería y la colocación de los planetas. Pero salteándonos algunas páginas (y dejando entrever que las hojas arrancadas no fueron las suficientes), caemos en el capítulo Si llegaste hasta aquí, no te vas a volver, donde aborda el tema de la vejez y sus enfermedades, las cuales serían producto del empastamiento excesivo y la sobresaturación de refuerzos y pegotes que impiden ver cualquier resquicio del origen, y que por este mismo proceso es que los viejos fingen volver a una etapa más cercana y balbucean y se mean y se cagan encima y hay que cuidarlos como si fueran un chico; es su último manotazo para alcanzar el principio, para recuperarlo; pero al poco tiempo se ganan otro agujero en el que caen porque ya no queda otra (por el camino largo); así es como el agujero es el hábitat natural del hombre. Este último capítulo se titula: De nada sirve empujar si la pichula es corta.

No hay datos certeros sobre otras publicaciones del Doctor M.

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Con G de grato

septiembre 15, 2009 at 7:21 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara))

Esta mañana me encontré con Sebastián Irtzuberea en uno de los pasillos de este blog, y ya que casi nunca coincidimos, decidimos tomar un café. Tuve la ocurrencia de preguntarle cómo le había ido el fin de semana. Comenzó contándome que el sábado había estado en Rupit i Pruit; yo no sabía si se trataba de un pueblito pesquero de Islandia o una onomatopeya, pero no dejé que mi ignorancia interrumpiera su entusiasmo. Me habló de una construcción encantadora (así me dijo: encantadora) erigida sobre la piedra misma de una montaña y atravesada por un riachuelo, con un puente colgante y todo, me dijo. Como a esas horas de la mañana yo no andaba con ganas de andar viajando, le propuse sutilmente que por qué no contaba su paseo por escrito, y el muy taimado me contestó que otras cosas tan inútiles como la escritura lo ocupaban en ese momento, y que qué clase de degenerado andaba por ahí ventilando su vida y encima creyendo que a alguien le importa, y yo le contesté que tal vez porque no importa es por lo que la cuenta, pero antes que la conversación tomara otro rumbo, Irtzuberea volvió a referir su excursión.

Me contó que unos amigos los habían invitado (a él y a Helena, su mujer) a pasar un día fuera de Barcelona. Como conozco personalmente a todos los protagonistas de este viaje, voy a llamarlos, si bien no por su nombre completo, para resguardar su intimidad, por sus iniciales. Así es que el sábado temprano un coche se dirigía hacia Vic con Helena, Sebastián (no protegeré la intimidad de Irtzuberea simplemente porque a nadie le importa), la S, el J y el J, al que llamaremos G, debido a la similitud con el primero, no sólo en cuanto a iniciales sino también en complexión física, sonidos guturales al expresarse, además que entre ellos intercalan tranquilamente sus calzados y acostumbran a prestarse las camisas, lo que suele traer cierta confusión; dos hechos, tal vez, nos permitan diferenciarlos: uno no tiene todavía la necesidad de andar por la vida reafirmando su masculinidad, al otro, todavía no se le ha pasado; uno es el hijo, el otro es el padre). Otra solución podría ser darles orden de llegada, lo que convertiría al padre en J I (primero), y al hijo en J II (segundo), pero temo que esta nominación pueda suscitar una exaltación patriótica en el primero. Digo esto, más que nada, por lo que me contó Irtzuberea, que ese día le apostó una comida: J decía que en diez años Catalunya sería independiente, e Irtzuberea, seguramente por jorobar, lo contradecía. Yo le comenté a Irtzuberea que era probable que ganara él, sobre todo por la plata que mueve el fútbol, y que el FC Barcelona no podría prescindir de su oposición tradicional en una liga, porque se iría a la ruina, y otra vez esquivó, con una cintura que ni Garrincha, que la conversación tomara otro rumbo. Da igual la apuesta y lo que pueda suceder, me dijo, lo importante es que diez años es un periodo bastante aceptable como para que podamos pagarnos las deudas de la apuesta las veces que hagan falta y más. Fue el único espacio largo de silencio que tuvo la charla de esta mañana.

Evidentemente pienso omitir y ahorrarles el resto de los sucesos (hay un episodio bastante interesante en el lugar donde almorzaron, donde el espectáculo principal consistía en una señora grande, con mucho de abuela, pero también de abuelo, que finiquitaba unas cocas de pan a golpes de nudillos, brindando al lugar un abanico inmenso de posibilidades emocionales; donde la calidez familiar y rural llega a ser cruenta. Me dijo que grabó el incidente en el que la tierna abuelita se ensaña ferozmente con una masa rellena de chocolate con leche, mientras él apenas si contenía un ataque de risa, seguramente producido por los nervios y por la histeria, J tiritaba a su costado y pensaba que eso pasaba por no programar con antelación las cosas, y S observaba para después dar rienda suelta a su diversión de hablar de terceros –a todos nos gusta hablar de terceros, pero S disfruta si los terceros escuchan­–; menos mal que Helena se había llevado al pequeño G a la puerta, evitándole así lo espeluznante del momento del postre).

Recuerdo haber dicho que pensaba omitir el resto de los hechos; seguramente los relatará Irtzuberea más adelante. Sólo me gustaría agregar una cosita (aún a fuerza de debatirme entre la opinión que me merece la intimidad de los demás y todo lo que me gusta el puterío): al parecer, fue en Rupit y Pruit donde el J y la S concretaron (lo hicieron) el primer ensayo del que luego, años después, sería el G de este escrito.

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Hay que estar a tono

septiembre 8, 2009 at 2:00 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara))

En historia nos enseñan que el Imperio Romano de Occidente cayó tal año y el de Oriente tal otro; lo de la Revolución Francesa más que un año parece un ejercicio mnemotécnico; y así pasamos por alto el paulatino y constante proceso de deterioro; y esta manera, esta manía de poner fechas para facilitar el estudio (pero no la comprensión), es la que hoy nos hace pensar que la crisis sucede de un día para otro. De un día para otro: a coger que se acaba el mundo. Es cierto que algunas manifestaciones se hacen más evidentes. Entonces, un día me levanto y me fijo en la cantidad de espacios disponibles para publicidad sobre la autopista que conduce a Blanes, y me figuro que ayer mismo esos espacios estaban ocupados por alguna marca.

Días atrás, llegando a mi casa, me cruzo con una cara que me resulta conocida. No lograba identificarla del todo: debía estar cerca de los sesenta años, si es que no los pasaba ligeramente; ante la duda, la miré para saludarla, como es propio de todo hijo de buen vecino, pero antes que dijera nada, ella soltó un imperante «Vamos»; la invitación se correspondía con una mirada de lascivia y desesperación. La esquivé sutilmente y recordé de dónde la conocía: naturalmente, del barrio. Días más atrás, todavía, dos o tres meses, tal vez, se me había acercado para pedirme dinero; me extrañó que vistiera ropa de cierta calidad, y lucía algunas joyas que no parecían baratijas. Pero esa vez sólo pedía dinero, ahora lo negociaba.

Hace tiempo que un hombre se sienta puntualmente en la misma vereda donde yo trabajo, a pedir. Lo hace con una disciplina casi laboral; se diría que cumple un horario; a media mañana hasta se toma un descanso para desayunar, y tal vez se siente al lado de una persona que ha pagado un fangote por un pantalón que ya viene roto, porque así es como se usa. Y ahí van, todos a la moda. También los periódicos, por supuesto, se visten con los atavíos del momento, haciéndonos creer que hasta ayer nomás nos arropábamos de otra manera; y ahí van, ahí vamos todos, luciendo una ingenuidad último modelo.

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Sapukái

septiembre 5, 2009 at 8:19 am (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

La verdad es que en estas vacaciones no tuve la más mínima gana de escribir. Sí rumié y procesé algunas ideas, pero darles un soporte me parecía más fatigoso que en otros momentos y tan innecesario como generalmente. Me encontré en tres ocasiones con Errolan, que al fin de cuentas era uno de los motivos por los que viajé a Salta, es decir: no viajé por ese encuentro en sí, pero sabía que podía ocurrir y eso me ponía bastante contento. No referiré ahora esas noches, tan sólo que la última le pregunté en qué había quedado Contrabando Hormiga, que qué pensaba hacer, si tenía intenciones de volver. Me contestó que el grupo estaba ahí, donde siempre estuvo, que asiduamente pensaba hacer, pero que de ahí a hacer concretamente había un paso bastante dilatado, y que por lo pronto se quedaría un tiempo más en Salta, «para juntar más fuerzas», me decía, porque cada vez que se alejaba, y hasta que no se asentaba todo lo que se le revuelve, se sentía irreparable durante un lapso a menudo prolongado.
Las vacaciones han terminado y yo conservo las mismas ganas de escribir: ninguna. Lo he intentado con el propósito de llenar un hueco, ese abismo que abre la distancia, pero no me sirve. Estamos hechos de vacío y no existen las palabras capaces de invadir, de colmar ese espacio; simplemente van a rebotar en la nada; hablar también se vuelve vano.
A veces sólo sirve que desde lo hondo salga por fin el grito.

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Cada vez

septiembre 2, 2009 at 7:20 pm (Así es Uno)

Cada vez que Uno vuelve a su ciudad natal (y esto ocurre cada tanto), piensa que las vacaciones no son más que otra de las técnicas que utiliza la ciencia para comprobar lo efímero del tiempo, y que cómo puede ser, si hasta no hace un momento que charlaba con un amigo y asumía que lo importante no era la cantidad sino la calidad e intensidad, y ahora, en este preciso instante, cree que la calidad e intensidad siempre pueden ser mejor aprovechadas; si en un abrir y cerrar de ojos puede oír las risas resbalándose sobre la corriente de un arroyo y bajo las últimas luces de un sol que se precipita detrás de unos cerros, las anécdotas pasadas que seguramente también acaban de ocurrir, como en un documental de germinación, como las estaciones del año (recién nomás era invierno y ahora es verano), o estaciones de trenes; la rápida vuelta que da el mate en una ronda, el inquebrantable apagarse de las brasas debajo de un copioso asado, el flash frecuente de una cámara fotográfica que ahora se revela en imágenes quietas, y que muestran a Uno ahora (no hace mucho) eligiendo un vino, ahora sobre un taxi, ahora comiendo un choripán de pie, ahora eligiendo otro vino, ahora entrando y saliendo de diferentes bares, ahora amaneciendo e iluminando la pesadez de una borrachera de toda una noche; si hasta recién nomás estaba Uno con viejos seres queridos como si el tiempo nunca hubiera pasado, sin embargo algunos seres estaban más viejitos que otros y que antes; si no hace más de un rato se veía recorriendo por última vez las calles de su ciudad, como siempre lo hace cada tanto, y escondiéndose, albergándose en ese abrazo que da y recibe con la fuerza de una raíz milenaria, como si ese apretón bastara para que Uno nunca más se vaya, para retenerlo. Pero ese apretón ya ha pasado (acaba de pasar) y ahora está con Una, tratando que nunca más se vaya, reteniéndola, haciéndole saber que, aunque no nativa, Una siempre fue de ahí.

dandelionY así es como Cualquiera llora, y así es como Uno y Una, a cada rato, se van dejando en pedacitos, a la vez que acarrean los pedacitos que los otros van desprendiendo, como un reloj de arena.

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Algunos móviles

septiembre 2, 2009 at 2:51 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara))

Si esto lo hubiese escrito, como tendría que haber sido, hace más de veinticuatro horas, no tendría este tono.
A la segunda vez que el avión intentó moverse y quedó, otra vez, a oscuras, el comandante intentó tranquilizarnos diciendo que no nos preocupáramos, que sólo estaban testeando algo. A la tercera vez argumentó que la falla era de algo que sólo funcionaba cuando el avión estaba en tierra y que ese desperfecto no impediría un vuelo normal. Al quinto apagón la gente entró en pánico, y muchos decidieron bajar, a pesar de que el comandante asegurara que eso no significaba inconveniente alguno (además de que su hijo también viajaba en ese Boeing), y de las advertencias de que el equipaje de los revoltosos viajaría en ese vuelo. Cuando (otra vez, y van…) nos disponíamos a partir, el comandante anunció con enfado que el aeropuerto se lo prohibía, ya que el equipaje no puede viajar sin su dueño, por motivos de seguridad, así que ahora debían bajar las maletas de los pasajeros entrados en pánico, lo que nos demoraría otro poco, pero luego se abrió una puerta y se desplegó la manga de emergencia; comienza a correr el rumor de que todo es un ardid de la tripulación de a bordo para demorar el viaje, ya que la misma tiene un tiempo de «vencimiento» y debe ser cambiada después de tantas horas dentro del aeropuerto (pero igual se les paga por su trabajo), mientras que algunos pasajeros (entre los que me incluyo) saquean la cocina y se apropian de comestibles y bebidas. Después de cuatro horas de calor e incertidumbre nos hacen bajar del avión y nos dicen que éste partirá a las nueve de la mañana, luego a las seis, luego que no hay tripulación de reemplazo, luego que patatín, luego que patatán; nos cansan física y psicológicamente con mentiras y contradicciones para, recién a las cuatro de la mañana, avisarnos que el vuelo se retrasaría hasta las cuatro de la tarde de ese mismo nuevo día, lo que implica salir del aeropuerto, ser arriados a diversos hoteles, volver a pasar por Migraciones (donde una operaria enojadísima nos dice que desde las diez de la noche anterior ya se sabía que ese avión no despegaría), recoger nuestras maletas, todas desparramadas en un salón; un verdadero dolor de huevos. (Ventaja: volví a recorrer algunas calles de la Capital Federal; siempre me asustó ese monstruo enorme y fagocitador que veía en Buenos Aires; esta vez no: le vi su encanto y perdí el temor provinciano de, llegado el caso, instalarme en la gran ciudad. El hotel también era bastante acogedor) Por la tarde siguieron los problemas, que me ahorraré de contar, y el avión terminó despegando a las ocho de la noche, es decir, casi todo un día después de su horario original.
Tal vez estas cosas sucedan de cuando en cuando, y en cualquier aerolínea, pero lo vergonzoso de Aerolíneas Argentinas fue la desinformación, el tratamiento poco menos que vacuno que se les dio a los pasajeros y, cómo no, la ausencia de personal autorizado para hacerse cargo de la situación, quedando al frente y dando la cara el soldado raso, como siempre pasa. El cansancio, el hastío me impidió malhumorarme, pero la gente se resolvía entre la resignación y la indignación rayana a la violencia. Los rumores, a la orden del día: se habló de una huelga encubierta por el despido de veintiún pilotos, de una magistral puesta en escena para evitar una multa, por parte de la empresa, de que el problema técnico era real y peligroso, la gente culpó la estatización de la empresa, olvidando la cifra estratoférica que el Grupo Marsans dejó en rojo en su inservible gestión, y filmó y sacó fotos, porque no dejaron entrar a la prensa.
En un principio hablé del posible tono que tendría este escrito, pero la verdad es que salió más suavecito de lo que esperaba; motivos para amargarme y alterarme no me faltan, pero acabo de llegar de vacaciones; estoy seguro que ya encontraré otras oportunidades para arruinarme el estado de ánimo. Así también lo entendieron algunas personas con las que compartí angustia, fastidio, risas y humoradas de la penosa situación (había uno que hasta se alegraba, ya que le permitía una noche más con la amada que dejaba en aquel país). A mí me permitió faltar, con justificación, un día al trabajo y dilatar la llegada a Barcelona, ciudad que me encontré (quizá por efecto de la descompensación horaria) rara y desanimada, carente de esencia y pertenencia, despersonalizada, totalmente ajena.
Veremos qué pasa.

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