¿Dónde están?

septiembre 9, 2017 at 8:47 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

“¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro”

Rubén Blades. Desapariciones

Estuve en la marcha pidiendo por la aparición con vida de Santiago Maldonado… como cualquier ciudadano normal, como cualquier ser humano con un resto de urbanidad, como cualquier urbano con un dejo de humanidad.

A esta altura, no creer en la complicidad del gobierno, no sospechar su implicación en el hecho, es mirar para cualquier lado o directamente no querer mirar. Pero supongamos que el día de la marcha no hubiera indicios suficientes para una mente no demasiado sagaz, o al menos no muy enterada. Presumamos que esos que tocaban la bocina de sus autos con tanta rabia no habían podido leer nada del tema porque su vida y el tiempo se los lleva por delante todos los días. Imaginemos que aquellos que miraban a los marchantes con algo de desprecio, era en realidad una envidia sana porque darían lo que fuera por andar “agitando como esos vagos” en lugar de tener que trabajar. Supongamos.

Ese día, casi al final del recorrido (del mío, porque iba a abandonar la marcha antes que volviera a su lugar de origen), me encontré, a contramano, con la directora del colegio de mi hija, a la que no nombraremos más que por la inicial de su nombre (¡a ver si todavía mi hija, antes que bullying, sufre persecución política en el jardín de infantes!). Cuando me vio venir… mejor dicho: cuando notó que yo había visto que ella me vio venir, comenzó a contorsionarse y a exagerar los gestos como si me estuviera viendo mear desde arriba el busto del Libertador, o como si anduviera corriendo en pelotas por el vaticano con Marx tatuado en el culo. Sé que me tiene algo de cariño, y alguna vez no temí hacer el ridículo en un acto para agasajar a los chicos de jardín, logrando su algarabía, pero ya se le debe haber pasado. Para acentuar su mímica, M (sí, es la inicial de su nombre) sobreactúa: “¡No me lo puedo creer! ¿Qué hacés acá?”. Estuve tentado en contestarle que tanto yo como todos los que ahí marchaban estábamos ahí porque nos había llegado el comentario de un títere que hablaba por cuenta propia, pero como los títeres siempre hablan por cuenta ajena opté por ser obvio y decir que estaba allí por la desaparición forzada de Santiago, haciendo especial hincapié en las palabras. Ella, como es natural en mucha gente que opina de la misma manera, de la manera que lo hacen los medios masivos de comunicación, digo, comenzó a defenderse de la única manera que conocen: atacando. Yo me esperaba la retahíla de lugares comunes en los que cayó. Primero los otros desaparecidos en democracia. Le contesté que también me preocupé y ocupé personalmente de cada uno de esos casos, pero que el de Santiago tenía la particular diferencia de que las pruebas apuntaban directamente a una fuerza de seguridad nacional, que había indicios que las órdenes venían de arriba y que, además, la causa, a diferencia de los otros casos mencionados, estaba caratulada como “desaparición forzada”. Ella resopló una especie de “déjense de joder”, y que dejáramos de echarle la culpa a ese otro M (¡Mierda!), que no tenía nada que ver y que lo dejáramos gobernar en paz. Como vi cómo venía la mano, le dije que no estábamos ahí para culpar a nadie, que eso lo tendría que hacer la justicia, sino para pedir la aparición con vida de Maldonado; y simulé que la marea de la marcha me arrastraba como cierre y despedida.

La marcha en Salta no tuvo mayores incidentes que algún que otro encuentro desafortunado. Pero en Buenos Aires sí. Yo me acordaba de una vez que, estando en Barcelona, se armó una rosca más o menos similar, y luego comenzó a circular un video donde los policías le daban para que tenga y guarde a un tipo y este les gritaba que parasen, que era un compañero; los siempre libres de pecados: los infiltrados. Acá pasó, y hay videos que lo demuestran, y grabaciones donde se ve que van gritando “uno, uno”, como para que los del cuerpo los reconozcan y no les pase lo del infiltrado español. Pero por más evidencia que haya, siempre hay gente dispuesta a negarla, porque prefiere que haya treinta inocentes presos, porque seguramente “algo habrán hecho”, y porque son vagos y vándalos que atentan contra la República. Y la niegan porque la gente desprecia a los vagos y a los barbudos y los que tienen tiempo de andar paseándose por las calles reclamando. Y los desprecian porque esos “vándalos” deprecian a esa gente, les resta valor, porque les enrostra que ellos, los “terroristas de la República” son capaces de moverse, de movilizarse por algo que está más allá de los intereses personales, que son capaces de arriesgar su pellejo o su libertad por otros. Ese pequeño detalle, en mayor o menor medida, muestra y resalta la propia miseria de esa gente, su egoísmo incurable, la desmoraliza, y por eso se deprecia, y por eso esa gente es la primerita en enarbolar la bandera de la “moral y de las buenas costumbres”, porque pretende, así, revalorizarse, cotizarse. Por eso esa gente es capaz de creer, para reforzar sus prejuicios, que Santiago es barbudo, mugroso, hippie, miembro de las FARC, y que practicaba karate para derribar gendarmes como muñecos, porque en algún lugar recóndito y sombrío de su alma esa gente sabe que si alguno de ellos fuera el desaparecido, Santiago hubiese marchado por ellos; y eso les cuece, les arde, porque los pone en oferta o en liquidación; por eso necesitan convencerse que el otro vale menos; por eso avalan o no les cuesta ser indiferentes a este tipo de procedimiento; por eso aceptan que los mapuches son terroristas o chilenos, que para esta gente es igual de degradante, a menos que vayan a comprar televisores al país vecino.

Esa gente es la que pone el grito en el cielo cuando en las escuelas se habla de Maldonado, porque dicen que eso es adoctrinar a los chicos. Sin embargo es la misma gente que defiende una educación religiosa en los colegios (y, volviendo a Salta, peor, porque una ley antiquísima y a contramano de la Constitución Nacional, no sólo ampara esa idea sino que la promueve), y no le importa, o no lo siente como adoctrinamiento, que sus hijos, cada vez que entran al aula, vean crucificada la imagen de un barbudo, que se manifestaba por los otros y cuyo cuerpo aún no aparece. Paradojas. Los chicos siempre dicen la verdad, pero para decirla deben conocerla.

Siguiendo con las singularidades del caso, un tipo al que llaman Felipe Noble Herrera publicó en las redes sociales una imagen de la típica trampa hecha con una caja, un palo y una cuerda con un choripán y un tetrabrick de vino como anzuelo, y una leyenda que decía: “acá colaborando con la justicia para encontrar a Santiago”. Más allá del pésimo gusto y del ningún respeto, está el descaro; no olvidemos que cabe la posibilidad de que el tal Felipe, como su hermana, sean hijos de desaparecidos. En todo caso, hay una elección, y a esta persona no le importa saber de dónde viene sino a dónde va. Pero después está esa otra gente que repite el mensaje, como broma de mal gusto o como expresión de su miseria, que por alguna inextricable razón creen estar en la línea sucesoria del Grupo Clarín. Otra artimaña para revalorizarse. ¡Qué manía la de escupir frente al ventilador!

Personalmente, y remarco esto para que se vea que no tengo ninguna afiliación partidaria, sigo preguntándome por Santiago, como también me pregunto por los otros desaparecidos; la lista es larga y contempla los 30000 que desaparecieron sin democracia. Yo me pregunto… ¿Y usted?

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