Una civilización bárbara II

septiembre 27, 2013 at 10:58 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara), Uno que siempre es Otro)

martinfierro        “Los hermanos sean unidos

        Porque esa es la ley primera –

        Tengan unión verdadera

        En cualquier tiempo que sea –

        Porque si entre ellos pelean

        Los devoran los de afuera”

Martín Fierro

Esteban Padiermo, estudiante de la Universidad de Extremadura, se vio tan interesado con la exposición que el 6 de septiembre dio Martín Fernández Sanater en dicha institución que, apenas terminada, salió en persecución del doctor para indagar a modo personal sobre otros temas. Fernández Sanater accedió pero le pidió que lo siguiera, ya que se hallaba con el tiempo justo. A Padiermo le pareció que más que alcanzar un horario o un compromiso, Sanater huía de algo. No le importó y le preguntó su opinión acerca del independentismo catalán. Dice, también, el estudiante que, mientras el doctor contestaba, se iba cambiando apresuradamente de ropa y mirando hacia todos lados como si alguien lo persiguiera. También mencionó el hecho de que, apenas salir de la Universidad, Sanater abandonó su impostado acento castizo, y que su naturalidad lo hacía algo argentino, pero que no se animaba a afirmar certeramente de dónde era el tono. Transcribimos a continuación la grabación que nos brindó Esteban Padiermo.

«La verdad es que no manejo muy bien el tema, no he buceado mucho en la historia, aunque sé que mucho de verdad no sacaría pues la historia está escrita por los que ganan, y lamentablemente el pueblo catalán elige como conmemoración el día de su derrota; por lo que ya me doy una idea de lo que me voy a encontrar en los libros, pero además del desconocimiento y las razones tampoco tengo el sentiment; viví algún tiempo en Barcelona, y sé que gente a la que aprecio mucho pide una emancipación, pero sigo sin comprender del todo. No sé, dentro de unos días se celebra la Diada (NdelaR: Estos apuntes fueron tomados el 6 de setiembre, lo que es anterior a la Diada y a la fecha de publicación de este artículo) y están planeando hacer una cadena humana de no sé cuántos kilómetros para unir dos puntos alejados de Catalunya, y todo muy lindo, muy flower power, todos de la mano, un culebreo interminable, y mientras tanto están privatizando los servicios de agua, y hasta donde tengo entendido le otorgan la concesión a una empresa española… Y no son los únicos servicios que están privatizando gracias a una moral elástica.

duran-savater

Aparte de los lentes (que uno no los necesita), diferencias físicas hay muy pocas, pero ideológicas hay menos aún.

»Se está invalidando el Estado mediante las medidas financieras. Entonces ¿de qué o de quiénes quieren independizarse en Catalunya? La burguesía no tiene patria. De los dos lados están apuntando al enemigo equivocado. Pero si llegara a independizarse, y no quisiera ofender a nadie, pero ¿qué clase de Estado o Nación creen que van a lograr? ¿De verdad son tan ingenuos como para creer que lograrán un Estado propio? Es interesante que se hable de soberanía y se venda, se regale lo público a lo privado. Y si no hubiera sido Bankia quién nos puede asegurar que no hubiera sido La Caixa la destinataria del rescate. ¿Quién certificaría que no se pediría un préstamo a Alemania para salvar al sector privado donde la misma Alemania tiene también inversiones? ¿Es, acaso, para ser una colonia con nombre propio? Porque lamentablemente no oigo un discurso soberanista para defender lo público. Sin embargo, cuando el gobierno argentino expropió un 51% de las acciones de Repsol, no escuché a ningún catalán defender ese acto de soberanía, sino más bien criminalizarlo y defender los intereses privados de la clase dominante. Ni ese ni ningún otro acto de soberanía de ningún país de América. Prefieren, al igual que sus vecinos y colonos territoriales, aliarse a los que mandan. Por supuesto estoy hablando de la clase dominante y su brazo armado: los medios de comunicación. Pero gracias a ellos y a lo que deciden como opinión pública tampoco escuché a ningún ciudadano de a pie reivindicar lo que sucede en América… Me escucho y me doy cuenta del error: ni siquiera la opinión es pública.

»Entonces ¿de qué Estado estamos hablando? Lanzo una hipótesis: la única manera de alcanzar una Nación, amén de emanciparse de España, sería si la Gracia Divina excomulga a Catalunya de la Comunidad Europea y del euro. Pero aún si se llegara a dar así, y se alcanzara ese Estado, la misma burguesía catalana se encargaría de destruirlo y/o subyugarlo, tal es la tarea de la burguesía, se encuentre donde se encuentre. Siendo más claro: la independencia se va a dar cuando le convenga a la burguesía catalana en connivencia con la española, siempre y cuando no estorbe los intereses de la clase dominante europea. Distinto sería si esta vindicación estuviera en manos del pueblo catalán, es decir, y hablando en términos que venimos deslizando, si fuera una restitución pública. Pero no nos engañemos: esta maniobra, ya sea de vindicación sincera o de cortina de humo, está reglada por sector privado.

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»En todos lados hay un doble discurso: Catalunya cree que los crímenes de lesa humanidad, para dar un ejemplo cualquiera, pero que es extensible a cualquier otro asunto, como los casos de corrupción que se vienen dando en el gobierno central, son un problema de España, pero si ésta gana un mundial, da igual si es de básquet, de fútbol o de bochas, es gracias a los jugadores que juegan en el Barcelona.

»Yo puedo comprender un sentimiento atávico de impotencia pero, repito, creo que se está equivocando el enemigo. Tal vez a alguien se le ocurra acusarme de españolista y nunca estaría más alejado de la verdad, porque pienso que España también tiene que independizarse de España. Llach cantaba algo así como… no lo recuerdo textual, pero decía algo así como que si unos estiraban fuerte de un lado y otros tiraban fuerte del otro, seguro que se rompía… no; creo que decía que algo se caía, no sé, la cosa es que si tiraban de los dos lados se iban a liberar. No creo que el cantautor lo haya dicho con el sentido que quiero darle, pero lo entiendo como el refrán ese de una mano que lava a la otra; estoy seguro que, dadas las condiciones adecuadas, sería el mismo pueblo español el que ayudará a cortar las amarras que atan al pueblo catalán. Y esa solidaridad o esa justicia sólo puede darse en una democracia de verdad o en algo que al menos se le parezca y que dista mucho de lo que sucede ahora.

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“What we’ve got here is failure to communicate. Some men you just can’t reach” Strother Martin en Cool Hand Luke, 1969

»También puedo comprender que Catalunya se quiera diferenciar de una España que hizo lo que hace el reo débil cuando entra a prisión: convertirse en la novia del jefe. Pero la pobre España, al igual que Francia, se confundió de jefe y se está haciendo culear, disculpá la vulgaridad, por el matón más desesperado y con más miedo de la prisión; porque Estados Unidos sabe que apagaron las luces de las duchas y se le cayó el jabón, y cree que tirando piñas y patadas hacia cualquier lado se va a salvar… pero está desnudo y el suelo resbala. Según Kevin Barrett, los demócratas tienen más de dos tercios de las contribuciones de campaña, que surgen de las facciones agresivamente pro-israelíes; o sea que ese dinero le cuesta a Estados Unidos. También habla de una especie de contrato en donde EEUU se compromete a derribar a todos los países independientes de Medio Oriente. Sin ser un loco paranoico, no veo que EEUU esté faltando a su contrato. Es que no hay cartógrafo en el mundo capaz de delimitar Israel… ni cartógrafo ni político ni ejército ni nada, al parecer; son más peligrosos que los chilenos… No; esto último fue un chiste. Pero fijate todas las banderas falsas que hubo en los últimos doce, quince años para justificar ataques, bombardeos, invasiones de parte del país que presume de democracia y libertad.

»Me estoy yendo un poco del tema, pero lo de España viene de hace tiempo, desde cuando Kissinger comenzó a endulzarle y mojarle la oreja. Pero Catalunya tampoco se diferencia de España si, por ejemplo, se identifica con Noruega, Suecia, Finlandia, Inglaterra… ¡Inglaterra! Basta que este país muestre su apoyo a la emancipación catalana para que los medios locales saquen ese apoyo en primera plana. ¡Por Dios y la virgen santísima! ¿De verdad? ¿De verdad creen que el discurso inglés los legitima? Inglaterra se ha pasado la vida negando la libre elección de los pueblos y ahora apoya a Catalunya basándose en la “libre determinación de los pueblos” cuando entienden que “pueblo” son esos 3000 soldados, con su descendencia, que dejaron en cuanta isla o tierra usurparon. Pero no: ahí están los medios catalanes presumiendo de lo importante que es que un país tan civilizado como Inglaterra apoye su causa; a Escocia la vienen pateando de hace rato; y ni hablar de lo que tuvo que pasar Irlanda. ¿De verdad? Lituania, Letonia… “I say poteito, you say potato” ¡Dejémonos de joder!»

La grabación se corta aquí a pedido del supuesto Martín Fernández Sanater. Esteban nos cuenta que en ese momento Fernández Sanater se despojó de una barba falsa junto con otras amalgamas que llevaba sobre la cara, incluida una peluca (si se puede decir así) que disimulaba una cabellera abundante. Según Padiermo, Sanater se subió a un coche rojo, conducido por un hombre trigueño, y se perdió velozmente en la primera esquina, pero que antes de salir disparado, el falso Martín Fernández Sanater lo miró desde la ventanilla y le guiñó un ojo.

       martinfierro “Mas naides se crea ofendido,

        Pues a ninguno incomodo;

        Y si canto de este modo

        Por encontrarlo oportuno,

        No es para mal de ninguno

        Sinó para bien de todos”

Martín Fierro

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El problema es la derecha

septiembre 25, 2013 at 10:43 am (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

izquierda-derechaDefinitivamente soy contrario al uso de cualquier fármaco: le esquiva el culo a la aguja, como suelen decir. Tampoco soy un devoto chamánico ni descendiente directo de un gurú ni practico tai chi chuan mientras leo a Confucio, simplemente que no me van los medicamentos; aunque debo reconocer que en casos límite los he usado pero es clara mi preferencia hacia los brebajes naturales (ya sea en modo de infusión, fermentación o destilación). Reconozco que mi renuencia tiene algo de obstinación y capricho, sin embargo también se fundamenta en la creencia (a veces, certeza comprobada) que el dolor de cabeza se pasa pero se te ulcera el estómago, por ejemplo, o se corta la diarrea pero se abre una pequeña grieta en el intestino, o no se te irrita la vista pero te sangra la oreja, o no te quedás embarazada pero te crece la barba, o se te para la pija pero también el corazón. Ese «pero» que siempre arrastra un efecto secundario, un daño colateral, aunque no se evidencie en el momento, pero… El capital no es zonzo y no apuesta a un solo caballo.

Cualquiera opina del «flagelo de la droga», y en cualquier debate que se arme en torno a esto siempre, pero siempre, surge el siguiente diálogo: «No, pero con la marihuana está todo bien. Incluso es más sana que el alcohol; y en muchos lugares tiene un uso medicinal», dice un tipo y su defensa es, digamos, derribada casi inmediatamente por el axioma (nunca comprobado, además desestimado, incluso): «Claro, pero es la puerta de entrada a todas las demás drogas», dejando en claro que de fumarte un porro a estar tirado en un callejón, babeando y con una jeringa clavada en el tobillo, que era en el único lugar donde todavía te encontrabas una vena, hay apenas un paso que varía en la cantidad de plata que tengas y la disponibilidad de tu dealer. Y no es extraño que a esta posición la adopte gente que no duerme por las noches si no se mete dos miligramos de alprazolam y no se levanta si no se enchufa un analgésico. ¿Y por qué nadie anda diciendo que la aspirina es la puerta de entrada a todo el resto de comprimidos? La respuesta es simple: si la marihuana también fuera comercializada por los grandes laboratorios no tendría la prensa que tiene.

No me costaría imaginar que en estos momentos hubiera un lector totalmente empastillado y masticando su rabia junto con los cubitos de su cuarto whisky porque un apólogo de la marihuana anda suelto en la Red. No me costaría imaginar, digo, en caso que pudiera imaginar que hubiera al menos un lector. Pero este post no se trata ni de mi postura con respecto a la legalización ni de mi natural anonimato.

PeterMal que me pese, debo cortar con mi logrado entrenamiento físico puesto que el pasado jueves me lesioné en la zona de la rodilla. Es una verdadera lástima porque venía logrando un buen timing, y no sólo a nivel deportivo, puesto que, además de no desmayarme al emprender una pendiente, una correcta irrigación sanguínea me permitía abordar la lectura o la escritura con mayor frescura, amén de que una equitativa distribución de la sangre me permitía exigirle a mi mujer una de sus obligaciones maritales, aunque ella me hiciera saber (que para eso también tenía irrigado el entendimiento, aunque en menor medida según el momento) que después de cierto tiempo de casados no sólo no le parecía que eso fuera una obligación sino que ya ni siquiera le parecía un derecho, lo que hacía que yo saliera a correr al día siguiente con más ganas aún. La cosa es que me rompí y me hallo inhabilitado para tareas que exijan algún esfuerzo físico. No pasa nada: la sangre ha vuelto también a su anterior modorra.

Si ya soy reacio a tomar fármacos aun bajo consejo médico, mucho menos se me da por automedicarme; aunque si suelo autodiagnosticarme, pues tampoco soy de ir al médico, pues, como las drogas, también son un viaje de ida. Tampoco lo creí necesario en esta oportunidad, porque además me pareció ya haber pasado por una lesión similar que curó el tiempo, o no del todo, pero aun así sin la ayuda de un galeno. Descarté que fuera óseo cuando vi que podía doblar la rodilla sin revolcarme por el suelo dando estentóreos aullidos (aunque nunca hay que descartar los meniscos); el dolor afectaba otra zona. La lógica, y que el dolor si bien no desaparecía al menos menguaba si calentaba la zona, me llevó a dilucidar que era algo muscular: más precisamente, una lesión en el ligamento colateral tibial o lateral interno de la rodilla derecha. No me animo a arriesgar si se trata de un esguince de primer, segundo o tercer grado, aunque puedo descartar una rotura completa ya que no siento inestabilidad al caminar; además que me hubiera salido un moretón.

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No es «de-Roche»

Si hay un lector que haya llegado hasta aquí para preguntarse qué clase de pelotudo defiende o al menos no estigmatiza la marihuana, y se caga abiertamente en Bayer, Novartis, Pfizer, Merck, Johnson&Jonson (y si apuran, hasta en Monsanto), y se pregunte por qué ese pelotudo no va al médico en lugar de pasarse el tiempo que ha recuperado en no salir a correr navegando por Internet, le diré, estimado y supuesto lector, que el diagnóstico que me infrinjo no viene de la Red, a la cual considero, en asuntos médicos, tan o más peligrosa que el Ibuprofeno, sino de algunos años de jugar al fútbol y otros cuántos de verlo o enterarme, al principio porque me gustaba y más tarde para no quedarme fuera de las conversaciones cuando intentaba sociabilizar. Pregúntese, en todo caso, por qué no aprovecho el tiempo que ocupo en escribir esta sarta de boludeces que a nadie interesan en hacer que un colegiado haga lo posible por volver a ponerme en funcionamiento. Y tal vez tenga razón… Pero si yo le contara que para hacerme atender tengo que pedir un turno para que recién en dos o más semanas (y luego de la violenta subida que tengo que sortear hasta llegar al centro de atención) me vea el de cabecera, y éste no haga otra cosa que rellenar datos en una computadora, para luego derivarme a un especialista que me va a ver dentro de otras tantas semanas, y en la misma cima… Esperemos que para esa fecha pueda estar corriendo de vuelta. Albergo esa esperanza porque extrañamente la rodilla izquierda presentó los mismos síntomas, sólo que con mucha menor intensidad. Y si bien aún perdura una leve molestia, el dolor se ha disipado con el correr de estos cinco días. El problema sigue siendo la derecha.

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El juego de las diferencias

septiembre 20, 2013 at 11:50 pm (Uno que juega)

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No culpes a la noche

septiembre 20, 2013 at 12:13 am (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea), Uno que siempre es Otro)

Todavía no había amanecido y el predio ya estaba abarrotado de gente yendo y viniendo de un lado para el otro. Entre la temprana hora, la poca claridad y el sueño, pero por sobre todo el sueño, yo me encontraba embotado, sin saber bien qué hacer ni por dónde comenzar. Tampoco quería pedirle a nadie que me ayudara en tanto no aclarase bien mi objetivo, o al menos lograra un estado de conciencia que me permitiese el mínimo de sociabilidad.

atrapasuenosComencé a caminar con la idea de que ya se me ocurriría cómo actuar, o qué hacer, o descubriera o recordara para qué estaba ahí a esa hora. Muchos de los allí presentes se hallaban en un estado de sopor parecido al mío, pero otros tantos ya estaban como habituados, y se movían con la diligencia y el apuro de quienes tienen una meta fijada y a la vista. Cuando la hojarasca, la telaraña del sueño, como les gusta a algunos llamarla, se iba corriendo o cayendo me sobrevino la ansiedad, algo de ahogo y la antesala a algo que se parecía al pánico. Todavía estaba oscuro pero pude definir la figura de tres operarios montando una mesa larga con un micrófono frente a varias hileras de sillas que a esa hora ya se encontraban todas ocupadas. Había algunos niños sentados junto a sus padres, otros que no ocultaban el mal humor de haber sido despertados a la fuerza y llevados a un lugar plagado de gente y que no era precisamente un parque de diversiones o un circo.

Huí de ahí, prácticamente hubiera salido corriendo si no me hubiese encontrado tratando de que una arcada no se hiciera vómito, y en esa lucha interior volví a prestar atención en una parte donde el trayecto se estrechaba considerablemente debido a las tiendas que se extendían a lo largo y a ambos costados formando un pabellón. Parecía una feria culinaria, aunque no había olor a comida; tal vez porque todavía era temprano, pero eso no impedía que las personas se agolparan con vehemencia en cada una de las tiendas, y era difícil descubrir qué había en cada local con esa marea de gente por delante: pude ver a mi derecha la parte trasera de un auto suspendido del suelo por un aparato de elevación, por lo que supuse que se trataba de un taller mecánico, pero no alcancé a ver nada más, sólo que cada una de las personas portaba una hoja en la mano, papel que a mí me faltaba; eran currículos de vida. Incluso los que estaban sentados en las sillas tenían el suyo en la mano. Quise alegar que la angustia que me poseía se debía a esa carencia, puesto que todos (la gran mayoría, porque también había funcionarios y personal trabajando allí, pero eran los menos, y algunos que se encontraban en mi misma situación), todos nos hallábamos allí por la misma razón.

Tal vez me falte aclarar que yo ya había participado en ese tipo de convenciones anuales para desempleados el año anterior, pero creo que se había realizado en otro predio, o en el mismo pero con una disposición, una estructura diferente. Además que el recuerdo que me llegaba del año anterior era a plena luz del día. Al haber tantas personas había un modelo de currículum para rellenar, por lo que yo no había olvidado el mío. La pregunta de este año era dónde expedían dichos formularios. El desasosiego, entonces, no provenía de una negligencia sino de que, a pesar de ser todavía muy temprano, yo sentía que había llegado demasiado tarde. Me acerqué a un tipo que, a diferencia del resto, no estaba forcejeando y le pregunté dónde había conseguido su currículum. Señaló la misma dirección hacia la que me dirigía pero me especificó que lo que tenía en mano no era el currículum propiamente dicho sino el recibo, la constancia de que ya lo había rellenado y entregado en el mismo lugar donde expedían los formularios. Su aclaración no hizo más que ensanchar la angustia y el ahogo. Salí del largo pabellón a los empujones como si estuviera descompuesto y buscara desesperadamente un baño, lo que no era del todo equivocado pero debo sincerarme y decir que había mucho de impotencia en los empellones que daba.hasta-las-manos

Caminé durante un rato largo, y en un momento tuve que transitar por un delgado sendero de tierra por el que tuve que abrirme paso con todo el cuerpo debido a la abundante vegetación, que a veces llevaba espinas. Una vez en el stand de los currículum, y mientras rellenaba el mío, le pregunté al administrativo si yo debería volver a forcejear en el pabellón o si debía sentarme a esperar en donde estaban las sillas. Me contestó, sin mala gana, que hiciese lo que quisiera, pero que en todo caso nos irían llamando por el megáfono, y que en el pabellón al que me refería forcejeaban aquellos profesionales que además conocían algún oficio y sabían idiomas. Mientras le entregaba mi formulario le pregunté si tenía idea a qué hora me podría estar tocando, y trazó un paneo visual a lo largo y ancho del predio y no dijo nada pero me miró con algo que se parecía a la pena; luego me explicó que los formularios iban siendo escogidos de manera arbitraria y que la mayoría de la gente se volvía a su casa sin ser siquiera mirados y sus currículum quemados en la pira que recién comenzaba a arder, pero que en todo caso fuera hasta donde estaba el monolito de Kubrick, que era justo un poco antes de donde estaban las sillas, y que ya había visto aunque no le prestara demasiada atención, que allí me iban a dar otro papel para que llenara y presentara, y que eso agilizaría o al menos colocaría a mi formulario dentro de la esfera de elección. Con tal de no volver a espinarme, tomé el camino más largo.

La claridad del día ya se alzaba sobre nuestras cabezas y, junto con la luz, mi ansiedad se iba diluyendo en algo que se parecía bastante a la resignación o a la insensibilidad. Casi al pie del monolito, una joven atendía el stand de los formularios de los currículum que incluirían en la lotería. Veinte metros antes, me encontré con dos primos, hermanos entre ellos, que estaban sentados en una mesa frente a una tienda de comidas y bebidas; y no eran los únicos, ya que muchos habían optado por una conducta bastante más relajada que la que llevaban antes del alba. No los saludé con gran entusiasmo a pesar que los quiero mucho y no los veo muy seguido. Enseguida percibieron mi preocupación; me calmaron y me invitaron a tomar algo con ellos. Les dije que me vendría bien una tónica, y no sé porqué le di nacionalidad a la bebida y dije que creía que la tónica india era la más conveniente; ellos dijeron «Paraguaya» al unísono y luego se miraron felices de la coincidencia, por lo que imaginé que la tónica paraguaya sería superior, así que consentí, pero les pedí que me esperaran y me ausenté en busca del dichoso papelito. La joven me atendió de bastante mala gana y me dio el papelito, pero me hizo notar que de gente como yo estaba hasta los huevos; le dije que había tratamiento para la insatisfacción sexual, pero que no sabía a qué hora me iba a desocupar, y ella me mando a la reputísima y yo le dije que esperaba no encontrármela cuando fuera, y me volví bien caliente a tomarme la tónica. De los nervios o de la rabia me equivoqué al completar el dichoso papelito, y para colmo ya había pegado la foto, la segunda de las tres que había llevado (la primera la adosé al currículum), y además la rompí al tratar d2001-monolitoe despegarla, o sea que tendría que utilizar la última en el siguiente papelito si es que la chica volvía a darme uno, y temí que en un siguiente paso necesitase otra y todo se fuera al mismísimo carajo por no haber llevado una cuarta, y tuviera que esperar un año hasta la siguiente convención de desempleados. Traté de calmarme con un trago de tónica paraguaya. Y algo me refrescó porque me dio tiempo de observar a la joven y el arduo trabajo que estaba cumpliendo y el maltrato que recibía de pelandrunes como yo. Perdido por perdido, decidí esperar un poco; esperé a que pasaran todos, o por lo menos todos los que sabían el truquito del monolito, que no éramos ni el uno por ciento de la convocatoria general. A todo esto, mis primos tenían trabajo, así que no sé que cuernos hacían ahí, pero no les pregunté. Tampoco escuché en ningún momento que hubieran dicho nombre alguno por el altavoz. Con mucha vergüenza le expliqué lo que me había pasado, y que necesitaba otro papelito. No sé si no me reconoció, si le di pena o si ella también me observó y algo comprendió, pero con toda amabilidad me tendió dos papelitos, por si me volvía a equivocar, y sonreía y me hablaba con gran emoción, como si estuviéramos de picnic, conociéndonos y abriendo la tranquera de una gran confidencia. De pronto ella dejó de ser esa persona gris detrás de un mostrador… y se iluminó, como el día fue adquiriendo luminosidad, y yo no quería interrumpirla pero esperaba pacientemente que acabara para pedirle mis más sinceras disculpas y reconocerle que me había portado como un truhán… Fue ahí cuando, desde el altoparlante, se oyó la alarma…paso-de-los-toros

(NdelaR: El texto anterior nos llegó de la mano de Irtzuberea –aunque dudamos que sea de su pluma–. Desconocemos si se trata de algún sueño que tuvo, o de una crónica que escribió o le llegó desde el futuro. En todo caso puede tratarse de ambas hipótesis si aceptamos, como él, que tiene sueños premonitorios. Sin embargo, no teníamos otra cosa para publicar, y el texto gozaba del consentimiento de nuestro Editor, que no es otro que el mismo Irtzuberea.)

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Meando fuera del tarro

septiembre 17, 2013 at 12:31 am (Uno que cuenta)

Up-Carl-Fredricksen-1846Eusebio Gálvez se apersonó en la comisaría más cercana a su habitual y desganado recorrido diario, caminata que oficiaba menos por la estricta recomendación de su médico que por librarse del infierno cotidiano de los cuatro nietos con los que convivía, convivencia ésta que también había sido obligada desde que falleciera su mujer y los tres zopilotes que tenía como hijos lo instaran a vender su casa con la excusa que estaría mejor viviendo con alguno de ellos para que nada malo le pasase, o por si le pasase, que así ellos estarían más tranquilos y él más cuidado y mejor atendido. En realidad, por iniciativa de los dos mayores, que en ningún momento ofrecieron sus casas para que el destechado anciano morara, y el silencio resignado de su hija menor que lo acogió pese a las argumentaciones poco despreciables (en cuanto a argumentaciones, no a calidad humana) de su marido, que aun siendo razonables no tenían ni la mitad de la fuerza que los prejuicios y las rotundas negativas de las mujeres de sus hijos mayores, contingencias delicadas que no serían impropias de ser narradas y vendrían muy a cuento si Eusebio Gálvez se hubiera presentado en una peluquería y no, como lo hizo, en una comisaría.

Aparte de cierta agitación, su mal humor era más que evidente; un agente quiso ser amable y se preocupó por lo que lo traía por allí, pero Eusebio exigió hablar con alguien de mayor rango, o por lo menos alguien que haya sacado su arma de la cartuchera para algo más que limpiarla. El agente, que si bien era joven igual era policía, se abstuvo de enseñarle modales a través de la prodigiosa oratoria de la cachiporra y le pidió que entonces esperara, acción que el anciano llevó a cabo sin dar siquiera una mínima tregua a sus quejas y rezongos, y algo de razón tenía puesto que ninguno de los agentes allí presentes ni el sargento o comisario que se vislumbraba a través de una entreabierta puerta de vidrio se veían muy atareados que digamos, más que en impedir que el señor Gálvez irrumpiera en la oficina del comisario, o del sargento, a interrumpir la lectura del periódico. La inmensa sabiduría que llevó a ese hombre a ocupar un cargo de relevancia dentro de la Fuerza, lo llevó también a comprender que nunca podría completar el crucigrama si antes no atendía, despachaba a ese anciano que importunaba e insultaba a toda la jefatura. Sólo por darse importancia llamó desde su interfono diciendo que se había desocupado y que hicieran pasar al señor Gálvez, pero el mensaje se escuchó clarito de la voz que llegaba desde su oficina, y lo mismo hubiera dado que sólo hiciera un gesto atrayente con la mano en simultaneidad con un coloquial psssst.

El Jefe Gorgory_800El arrebatado anciano se vio en la obligación de subir el tono de sus reproches cuando tuvo que repetir su denuncia, puesto que la primera vez el comisario se hallaba desatento por creer haber descubierto la respuesta de la consigna 14 horizontal, y su afán de retenerla, al tiempo que miraba de soslayo hacia el crucigrama para ver si coincidía con el número de espacios y con las letras sueltas que ya se encontraban allí, le hizo perder todo el vehemente soliloquio de Gálvez. El oficial se disculpó por su desatención, producto de un día muy agitado si bien no físicamente al menos sí administrativamente, y rogó que repitiera su denuncia mientras tomaba notas en un cuaderno; al tiempo que Eusebio hablaba, el comisario repasaba mentalmente algunas de las consignas que había leído y que recordaba, y anotaba las posibles respuestas. Así, medio de refilón, el funcionario se fue enterando que lo que don Eusebio quería era justicia, porque las leyes estaban para ser cumplidas si no nos estábamos tomando el pelo. Y que si una ley prohibía orinar en la vía pública, era justo que tan bárbaro acto fuera castigado, y con más razón si esos actos habían ocurrido en las mismísimas inmediaciones de la comisaría ante neófitos agentes que preferían hacer la vista gorda con tal de ahorrarse abrir un expediente. El oficial mantuvo su expresión cariacontecida hasta que el señor Gálvez se animó a arriesgar, aunque para eso tenía buen ojo, las edades de los incívicos, y se le desdibujó en una más estupefacta. Y por supuesto que el señor Gálvez estaba al tanto que la policía no estaba para regular la incontinencia de dos niñas menores de cuatro años, pero que bien podrían sancionar a sus madres, que son quienes motivan y apañan ese tipo de conducta, porque si esas cosas se dejan pasar, la ciudad no va a tardar en convertirse en un inmenso retrete, y que con la excusa de que sólo son niños… Como si no mearan y cagaran hediondo por ser niños. Porque, y esto lo sabía muy bien ya que había cambiado los pañales de tres, no bien comienzan los sólidos en la dieta de cualquier criatura, sus heces ya no huelen como antes, y una meada es una meada, y ya que toda la ciudad olía a orín, bien podría tenerse el cuidado de que los parque olieran a las flores y a las hierbas que en él crecen.

Manneken-PisAprovechando que el señor Gálvez nunca aceptó la invitación a sentarse, el comisario se puso de pie y con tono conciliatorio le pidió que se tranquilizase, que haría todo lo que estaba a su alcance, mientras sutilmente, o no tanto, lo acompañaba hacia la salida de la oficina, propósito que fue descubierto por el anciano que exigió que no lo tratasen como a un niño malcriado y que hicieran lo que debían hacer, que para eso él pagaba sus impuestos y contribuía a que toda esa seccional alimentara a sus familias, y que en todo caso él personalmente los acompañaría hasta el parque de enfrente e identificaría a esas dos madres, pero que no venía en ellos ni un asomo de cumplir con su trabajo, y que si nos poníamos a pensar todo se estaba yendo al garete, porque al fin de cuentas no había mucha diferencia entre una niña de tres años y él, ya que ambos podían sufrir el mismo grado de incontinencia, sólo que a él seguro que lo metían preso. El agente que lo había atendido en un principio, que había estado escuchando la conversación como el resto de los funcionarios, vio la oportunidad de vengarse por el injusto maltrato recibido y afirmó que de ninguna manera lo condenarían si es que, por supuesto, meaba bajo la tutela de su madre, atrevimiento que terminó de enajenar a don Eusebio que al tiempo de un van a ver que conmigo no se jode, sacaba su arrugada picha e intentaba mear sobre el buró del imprudente agente que, mientras tanto, era regañado por el comisario. Pero el pobre Gálvez se quedó sólo en el intento y no porque se arrepintiera o porque las Fuerzas de Seguridad actuaran con celeridad en su detención, sino por haber desoído a su médico que, además de salir a caminar, le había aconsejado beber abundante agua para las piedras de sus riñones.

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Toro salvaje

septiembre 14, 2013 at 12:45 am (Sin categoría)

Han pasado cinco días desde que me propuse hacer ejercicios y sinceramente no noto ningún cambio: ni al ascender la cuesta que me lleva a mi casa ni cuando camino hasta la bodega en busca de vino ni cuando voy a la carnicería. Tampoco veo marcarse azulejitos en mi abdomen ni que las mujeres, en la calle, me miren con cariño. No sé hasta cuándo podré continuar con esta farsa. Y aunque algunos piensen lo contrario, no se trata de facilidad para la frustración sino de una tan notable aceptación del fracaso que me permite ahorrarme un tiempo precioso en cualquier tipo de intento. Esa es una. La otra es que el qué dirán me molesta bastante menos que la transpiración y el agarrotamiento muscular. Y una tercera es que este ligero exceso de peso (según la Vanity Fair) en conjunción con mi poblada barba, si bien no generan respeto, al menos promueven la idea o la sensación de que sería bastante conveniente no meterse conmigo. Brendan_GleesonQuiero decir que si yo hubiera sido un soldado inglés al que le tocara enfrentarse al ejército escocés, basándome en la película de Mel Gibson, hubiera preferido encarar por el lado de William Wallace en vez del lugar del colorado que lo secundaba. Digamos, entonces, que la sola complexión, mi aspecto, me ha ahorrado en más de una ocasión el desgastante y agitado esfuerzo físico de una pelea… Sin contar, además, la cagada que me podría haber llevado.

¡Ojo! Que se entienda bien: no soy un aficionado a la confrontación física, sino más bien todo lo contrario. Y la experiencia de años me hizo comprobar que lo mejor para evitar una pelea era evitar los gritos y el cocoreo; aprendí que un tono calmo, aunque en nada intente la conciliación, amedrenta más que un alarido; y he visto a más de un gritón aminorar su excitación pendenciera. La clave está en no perder la compostura. El problema lo hubiera encontrado si el otro, mi potencial contrincante, también se hallara cómodo, incluso más sereno que yo, en la amenaza murmurada.

Durante el viaje de vuelta, en el trayecto que unía Buenos Aires con Roma, y cuyo vuelo había sido demorado como ocho horas, con el consabido malestar de ánimo que dicha demora conlleva, nos tocó delante una parejita de ésas que andan por la vida con la actitud de que ésta les debe. Ya nomás acomodarse en sus asientos echaron una mirada de reconocimiento y se les escapó un gesto (que a mí me pareció de fastidio) al notar que detrás de ellos viajaba una familia con una cría pequeña. Convencido que mi nena, la más chiquita, se porta con menos caprichos que los adultos, dejé pasar ese momento. Pero las miradas hacia atrás, es decir, hacia donde estábamos nosotros, no cesaban; sólo que yo empecé a endurecer la mía. Nomás despegar, el pelmazo varón, que es el que tenía adelante, reclinó su asiento, cosa que no está permitida hasta que el avión alcance la velocidad crucero, pero pensé que chirlearle la cabeza no era una actitud muy madura de mi parte. Mientras el avión ascendía, y gracias a que cada pasajero tenía un monitor individual, le puse Monsters, Inc. a mi nena, la chiquita, para que se distrajera, y además íbamos comentando lo que sucedía, cosa que a los señoritos parecía molestarles, porque cada tanto volvían a mirar hacia nosotros por el espacio de entremedio de sus dos butacas, y la mayor de las veces se encontraban con mi cara de ¿se les ha perdido algo?. boo-monsters-incCertificaron su malestar cuando le pidieron a la azafata si no había otros asientos vacíos y disponibles. A mí me pareció una actitud precipitada porque estaba seguro que mi nena, la más chiquita, iba a llorar menos durante el viaje que el pelafustán de adelante si persistía en su gansada. De todas maneras la azafata les dijo que todo estaba ocupado y yo sonreí con malicia, y para mayor satisfacción mía justo me vio la chica que otra vez se había volteado a upitear (NdelE: «Hurgar, escudriñar» según el diccionario de la Real Academia Salteña).

A todo esto, pude apreciar que el gandul leía un libro intitulado 27 Técnicas de Persuasión, lo que ya me daba una idea del tipo. Deduje, también, que era la primera vez que viajaban en avión, o me lo pareció. Supuse que lo primero que harían al llegar a Europa sería encontrar un restaurante donde les sirvan un churrasco con chimichurri o comer tacos y burritos. Estaba seguro de que si el destino de cada uno estuviera escrito, este desgraciado sería incapaz de leer el suyo y esperaría que saliese la película o que alguien se lo contara… Es posible que estos juicios no fueran alcanzados desde la frialdad del razonamiento, pero no creo haberle errado por mucho.

Llegada la hora en que servían la cena, la parejita seguía con sus asientos reclinados, cuando cualquiera sabe que hay que ponerlos vertical para no estorbar a los que están detrás y quieren, con un esfuerzo sobrenatural, tratar de disfrutar la patética comida que van a servirle. Volví a resistirme de chirlearle la cabeza (está vez a los dos), pero me puse a jugar con mi nena, la más chiquita, a golpear la bandeja para reclamar la comida. La chica no tardó en darse vuelta, poner cara de situación y reclamarme que mi hija le estaba moviendo el asiento. Le respondí que era porque sus asientos no estaban en una posición adecuada para el momento, a lo que el pelmazo quiso negociar diciendo que ellos pondrían sus asientos verticales si mi nena dejaba de importunarlos, transacción que yo interrumpí haciéndole ver, con un matiz que denotaba claramente lo pelotudo que me parecía, que la nena sólo tenía dos años y que estaba jugando, e inmediatamente me acerqué por el espacio que se abría entre sus dos asientos para decirle, despacito, que yo conocía la técnica 28 de persuasión. No sé si no me escuchó o si se hizo el reverendo boludo (cosa que no tenía ni que fingir), pero se acomodó en su asiento y ya ninguno volvió a mirar hacia atrás. Raging bullMi nena, la más chiquita, pareció notar la tensión, y señaló para adelante diciendo: «eshe, shenior», a lo que yo sumé: «Ese señor es un pelotudo atómico», tratando de que me oyera, o al menos que estuviera al corriente de que no podía hacer como si no me hubiese oído, ante la incomodidad de mi nena, la más grande (que es de la única que, al menos en mi caso, deberíamos habernos preocupado de que no nos importunara). La verdad es que yo ya había explotado antes, en un momento en que volvía del baño y para ubicarme en mi asiento me apoye en el respaldar del suyo, del de el infeliz al que vengo aludiendo, acción que disparó un bufido hastiado que buscaba como receptor más que a mí a su comprensiva y diligente mujer, que ávida de servir a su marido le preguntó: «¿Qué pasa?», dándole pie a su atormentada queja… Queja que se vio truncada o silenciada cuando yo repliqué casi inmediata y agrestemente: «¡Qué! ¿Qué es lo que pasa?».

Hay gente que puede dormir bien en los aviones pero no es mi caso. Mi nena, la más chiquita, sí; y la más grande de tanto en tanto; estoy seguro que los soquetes de adelante lo lograron. Por la mañana, si es que es una ubicación temporal exacta para pasajeros transatlánticos, mientras el timorato de adelante aún dormía o intentaba hacerlo, puse en mi monitor individual un juego de preguntas y respuestas, de manera tal que a cada contestación yo apretara un botón que, de forma suave pero interminable, moviese la cabecera del muy zopenco y lo molestase. Nadie me reprochó nada.

En el viaje de ida (o de vuelta; yo ya no sé cómo llamarlo), durante el trayecto Roma-Buenos Aires, cercanamente, y para alegría de algún que otro cholulo, viajaba un conocido futbolista (o familiar mediático de uno de ellos) junto a su rubia y despampanante novia; la chica no mostraba más luces que las que lograba apretando el botón para la lectura nocturna, pero de que estaba más buena que comer con la mano no cabía ninguna duda. En el trayecto de Buenos Aires a Salta se dio un episodio gracioso, por lo menos para mí. En el aeropuerto distinguí la figura del Chaqueño Palavecino, un ícono de la cultura folclórica salteña y también argentina. No me interesaba importunarlo, aunque un pseudo-político local no mostró la misma discreción. Este hecho no es importante en absoluto en este relato, a menos que quisiera hablar de arribismo, que no es el caso: resulta que el Chaqueño llevaba una mochila de Bob Esponja, que fue distinguida por mi nena, la más chiquita. La cosa es que ¡oh, azares de la vida!, nos tocó ir justo detrás del Chaqueño por la manga que nos conducía al avión, y mi nena, la más chiquita, seguía pendiente de su mochila. Ya entrando en el avión, con mi nena la pequeña en brazos y teniendo que pasar obligatoriamente por el lugar destinado a la «Primera clase», donde viajaría el Chaqueño, puesto que su mochila de Bob Esponja se encontraba ya cómodamente instalada y él no mostraba intención de adentrarse, se me ocurrió hacer un chiste personal. La humorada estaba más bien dirigida a mi hija. Le dije, mirando y enseñándole la mochila de Bob Esponja depositada en el suelo de la primera clase de un avión, le dije: «Ves: Bob Esponja viajchaqueñoa en primera porque es famoso». No sé si el Chaqueño se dio por aludido porque no escuchó lo de Bob Esponja, o por una fama crecida, o porque mi mal chiste lo libraba del asedió del politicucho que poco y nada entendía del recato y las buenas costumbres del buen viajar, pero se giró y, palmeándome la espalda, contestó: «Y… una vez que me toque…», como si fuera una vida que se le negaba.

Al Chaqueño Palavecino no le falta guita para viajar cada vez que quiera en Primera; está lleno, lo sé y lo sabe cualquiera que lo conozca. Pero no olvida sus raíces; eso debo y no me cuesta reconocer.

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A donde quiera que vaya

septiembre 10, 2013 at 11:23 am (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

Hoy comencé a salir a correr, a hacer ejercicios… Iba a decir a mantenerme en forma, pero no creo que nadie en su sano juicio quiera mantener esta forma que ahora me contiene. La verdad es que es notoria la cantidad de espacio que puedo ganar en tan poco tiempo. De alguna manera, en Barcelona y aún en mi natural sedentario, me venía manteniendo, pero fue volver a Salta para que todo terminara yéndose al garete. La ciudad sigue creciendo y ampliando sus actividades, pero para mi gusto ninguna de sus ofertas supera la de comer y tomar vino. Claro que esa actividad la puedo llevar a cabo en casi cualquier punto del mundo, pero difícilmente con el placer y el entusiasmo con los que la abordo ahí. El asunto es que en veinte días subí seis o siete kilos. Para ser sincero no es un hecho estético el que me impulsa al ejercicio: de más está decir que aumentar de peso me ayuda a reinventarme y amoldar, en cierta forma, mi personalidad a la complexión que voy logrando… Como un ejemplo fácil y a mano diré que me gusto con barba, y mientras más poblada, mejor, pero este tipo de pelambre de ninguna manera coincide con un cuerpo flaco y esbelto. Tal vez sea un hecho de salud, aunque ningún estudio me haya alertado de tal situación… De hecho no me hice ningún estudio. De todas maneras, mal no me va a hacer el deporte.

carlitos1Pensé que reencontrarme con Salta, esta vez, iba a ser más violento: sabía que el pasado afloraría de manera más impetuosa que veces anteriores debido a la ausencia de quien fuera un pedazo importantísimo en él, mi viejo querido. El pasado acudió, a cada rato se hacía ver para señalarme la falta, para mostrarme el agujero hondo, pero sin la brutalidad con la que lo esperaba; se portó comprensivo y compasivo, y hasta cálido si pensamos que su evocación no fue reciente, que no recurrió a esos lugares apenas recién pisados, y cuya huella todavía estaba fresca, sino que dio un paso más largo y me transportó a sitios a los que hacía mucho que no iba y que tenía por completo olvidados. Me trajo los recuerdos de una primera y lejana infancia, recuerdos que tenía previsto abordar cuando ya fuera un viejo choto al borde de la senilidad, que es cuando dicen que vuelven esos recuerdos. Claro que el tiempo suele perfeccionar los recuerdos. Además que es un lectura o una relectura que prefiero guardarme para mí, llevarla conmigo.

Hubo una ducha de lluvia al aire libre, en la casa de mis abuelos, bajo una noche veraniega de J.J. Castelli, donde mi viejo parecía disfrutar como un niño de la aventura: imagino que esa lluvia había logrado transportarlo a él de la misma manera que esta vez Salta me transportó a mí. Para ser sincero, no guardo muchos recuerdos donde mi viejo no representara la alegría y entusiasmo de un niño… Quizá en los últimos tiempos, cuando yo empezaba a convertirme en un hombre, cuando empezaba a certificar eso que él siempre me decía: «Hijo: qué duro es hacerse hombre», y él cenaba con la ansiedad del que esconde algo para no preocupar al resto de los comensales, porque sus preocupaciones, por grandes y profundas que fueran, no tenían por qué superar las del resto, por más superficiales y frívolas que fueran las de los demás. Aun así, su ansiedad era la del niño que apura su merienda para no desaprovechar ni un minuto en salir a jugar; como si el tiempo, y su paso, no fuera tan compasivo y comprensivo con él como lo fue esta vez conmigo. Pero esto pertenece a un pasado posterior, más reciente, y que también me gustaría guardarme para mí, hacer acopio de esos recuerdos, llevarlos conmigo, atesorarlos como atesoro esa vasta herencia que el gran Carlitos nos dejó a mi hermano y a mí, y a esos otros hijos, inabarcables e innumerables, que él fue teniendo a lo largo de toda su vida; todos bienes personales, en el mejor de los sentidos… en el único sentido que él quiso enseñarnos desde una cándida e insólita transparencia para este mundo de apariencias.carlitos

Recibí una bolsa repleta de fotos. Nunca pensé que guardara tantas fotos, porque entre otra de las cosas que heredé de él estaba el rechazo a ver fotografías, esa apología de un momento muerto. No le gustaba verlas pero las guardaba, y tal vez las viera a escondidas. Allí estaban todas las instantáneas, un montón, del viaje que hicimos los dos a Florida cuando yo todavía no cumplía cinco años, y entre ellas había dos sobres: uno con la dirección de la casa de sus padres, mis abuelos, en Castelli, Chaco, y otro con la dirección donde entonces vivía su hermana, mi tía, en Salta. Dentro de cada sobre, la postal del hotel donde parábamos y una pequeña esquela que decía algo similar en ambos casos, que a pesar de algunos inconvenientes ya estábamos allí, que yo era todo un señorito y que además estaba como loco porque al día siguiente iríamos a Disney World, y que seguramente esas, en sendos casos, serían las últimas cartas que recibirían porque nos adentraríamos en una vorágine de emociones y aventuras. Terminadas sus palabras, venían las mías (sí, ya escribía, antes de cumplir cinco años… o tal vez sabía copiar, lo que si en cierta forma no despuntaba para la escritura, lo hacía para la plástica): en la que iba dirigida a mis abuelos, les pedía que le contaran a la Adri y a la Naty, primas mías, que yo estaba a punto de conocer a Mickey; en la que iba dirigida a mi tía, le mandaba un beso grande a otra prima, a Ana Laura, que llevaba menos de un añito recién nacida. Los sobres no tenían remitente, y ni mis abuelos ni mi tía recibieron las cartas porque nunca fueron enviadas. Tal vez las emociones y aventuras se adelantaron, o tal vez fue otra de las tantas batallas que mi viejo perdió contra la distancia.

Tuve una infancia muy feliz y mi viejo fue un gran responsable de eso. Algunos románticos dirán que eso me aleja de cualquier labor artística; me da igual: no cambio mi infancia por ningún laurel, por ninguna trascendencia, por ninguna obra. Mi infancia, como mi adolescencia y mi juventud, estuvo llena de él, completa. Nunca me faltó, por eso ahora me falta tanto.

La última batalla que perdió mi viejo querido contra la distancia fue ese abrazo que no llegué a darle, antes que se fuera; se lo debo… me lo debo. Pero se lo iré retribuyendo (nos lo iremos retribuyendo) con este llanto silencioso, la mayor de las veces sin lágrimas, que no agotaré nunca.

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Una civilización bárbara

septiembre 8, 2013 at 12:07 am (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara), Uno que siempre es Otro)

Cristina-Fernandez«Qué mundo es éste en el que un problema tan serio como el de nuestra deuda, que puede afectar a otros países, se decide en la Corte de Estados Unidos. O en el que el Senado norteamericano decide si se bombardea o no en Siria» Cristina Fernández de Kirchner

(NdelaR: El video de la conferencia que transcribimos a continuación llegó a estas oficinas la tarde del sábado, pero la conferencia se había efectuado la noche anterior a última hora y con demoras puesto que el emérito profesor, el Doctor Martín Fernández Sanater, tardó en llegar… En realidad tardó tanto que incluso llegó después de finalizada la charla que habría dado un impostor. A pesar del logrado maquillaje, diversos aspectos, como la marcada improvisación y la difusa línea temática del discurso –que además nada tiene que ver con el título–, un marcado acento rioplatense y algunos guiños gestuales hacia la cámara que lo filmaba, nos inclinarían a pensar que el impostor no era otro que un no tan asiduo, o al menos no de manera consciente, colaborador de este blog. Si esta hipótesis es correcta, el cámara no sería otro que Milton Menezes da Cunha.)

El sentido de la muerte ante la ausencia de vida. Ponente: Martín Fernández Sanater. Viernes 6 de setiembre, 18 hs. Universidad de Extremadura

«Habría que crear una entidad que cada tanto tiempo se encargara de revisar y volver a encaminar algunos viejos conceptos. Yo suponía que esa era la tarea de las Academias, pero se ve que las academias están para cualquier otra cosa menos proteger una lengua; dentro y desde esas instituciones están más preocupados en hacer preponderar cualquier saber académico, sin ahondar en la inutilidad de éste, sobre la sabiduría popular o callejera. Y así, los que ocupan sillones en estas academias creen que salir retratados con el fondo de su vasta biblioteca en la revista Hola!, o en cualquier otra publicación que plantee la frivolidad como forma y estilo de vida, es cultura; digamos entonces que la erudición tiene que ver con el largo de la repisa.

perez reverte»Mirando retrospectivamente he llegado a admirar al que fuera mi pediatra, que trataba de evitar cualquier tipo de fármaco y se bastaba de un estetoscopio y esa maderita que parece un palito de helado para acertar un diagnóstico por raro que pareciera, como aquellos mecánicos de autos que les alcanza con sólo escuchar el encendido de un motor para descubrir qué es lo que está fallando en el vehículo. Sin embargo, en los países civilizados, mi pediatra estaría más cerca de la hechicería que de la medicina, ya que esta última está asociada a máquinas cada vez más complejas y recetas de drogas cada vez más estrafalarias; la gente civilizada no confía ya en un médico que dice que la gripe es un proceso natural que dura una semana, sino que le exige al galeno cualquier tipo de placebo para que éste justifique su sueldo y el paciente vuelva feliz a su casa a empastillarse durante siete días. Si me apuran soy capaz de decir que en estos tiempos para ser médico no hace falta estudiar anatomía humana sino saber interpretar los valores que larga un complejo y costoso aparato de diagnóstico; un médico ya no detecta la patología, como antaño lo hacía mi curandero, si no es con ayuda de un artefacto, y a nadie le importa si el perejil tiene las mismas propiedades curativas que un antibiótico betalactámico porque es mucho más civilizado y moderno tragarse un comprimido que un té. Porque la civilización está asociada al progreso tecnológico, ergo y paradójicamente, ser civilizado es ser reemplazado por la máquina.

»Permítanme seguir con un anecdotario personal para ejemplificar: al poco tiempo de haber llegado a España, en una reunión de colegas y presuntos amigos, se me ocurrió decir que los vinos de Argentina superaban rotundamente a los ibéricos, juicio que causó un gran revuelo en el herido orgullo de los peninsulares allí presentes, que pusieron el grito en el cielo ante tremenda blasfemia. No me hubiese molestado si se me señalaba en ese entonces que mi valoración no era del todo legítima ya que se debía a un hecho puramente subjetivo, pero ninguno en esa mesa hizo hincapié en este hecho, más bien alzaron sus voces y argumentos dictados desde la vanidad nacional, ya que difícilmente un producto de un continente nuevo, donde seguramente se tratan las enfermedades con yuyos y macumbas, pueda superar a uno de un país, en comparación, altamente industrializado y socialmente avanzado. Fuera de mí, ninguno en esa mesa había probado nunca un vino argentino, por lo que ni siquiera hablaban desde su subjetividad sino que hacían de sus prejuicios un axioma inviolable superior a cualquier empirismo. Días más tarde, en otra mesa, con otra gente, volví a experimentar, pero esta vez con el aceite de oliva: aun sin haber probado nunca ninguno un aceite de oliva producido en la provincia Argentina de San Juan, nadie y de ninguna manera podía contemplar que fuera más sabroso el de España. Repito: el tema gustativo es puramente subjetivo, y si alguien rebatía mi juicio desde ese lado lo hubiese aceptado tranquilamente, pero no querían discutir sobre gustos sino sobre naciones.

CIVILIZACION_Y_BARBARIE

Quino

»A donde quiero llegar es al punto que el que tiene poder, o que simplemente se siente superior a otro, económica o moralmente, es el que define no sólo las acciones a tomar sino también las definiciones y significados de las palabras. No hablo de España, por supuesto, que si bien se alza sobre un podio de superioridad moral, poco define o delinea en esta actualidad; ni pincha ni corta… Y espero no ofender a nadie con mis comentarios, pero todos sabemos que una cosa es tener la sartén por el mango y otra muy distinta es no tener ni un mango para una sartén. ¿Quién define entonces lo que es la libertad, la democracia, la civilización? Mentir y alegar, con el apoyo de las grandes corporaciones de la comunicación, de que el régimen sirio usa gas sarín, que Irak tenía armas de destrucción masiva (armas nucleares en Irán, y no me acuerdo qué se había inventado hace poco para atacar a Corea del Norte) para así intervenir armados un país y cepillarse una millonada de seres humanos, de civiles, con tal de justificar la mayor de sus industria, la armamentística, y ubicar su producción sobrante (parte de la cual fue entregada a los rebeldes en Siria como un acto de conducta cívica), e impedir que otros países pudieran controlar el mercado del gas o el petróleo. Pero eso sí: después hablar maravillas del libre mercado… Antes de entrar en esta sala leí que países tan civilizados como Australia, Canadá, Francia, tan socialista, tan libertad, igualdad y fraternidad, tan pendiente de la decisión que tome su proxeneta, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, la misma España, Turquía y Reino Unido, todos ellos apoyan la intervención en Siria, aun por encima de la posición de la ONU, todos ellos apoyan esa insensatez a la que juega Obama, obsesionado por demostrarle a los blanquitos poderosos de su país lo que ese negrito es capaz de hacer en gratitud por dejarlo vivir en la Casa Blanca, con el mismo doble discurso de siempre, a ese personaje que encarna al nuevo alguacil que llega al pueblo. Esa forma de ser civilizado es la que consigue los premios Nobel de la Paz. Sin embargo América, la verdadera América, la otra América, la del sur, que se muestra en contra de cualquier intervención armada es la bárbara, la de los indios, los tiranos y populistas.

fernando_savater

Fotograma donde se aprecia la excelente caracterización llevada a cabo por el Chango Vergara.

»Personalmente creo que el grado de civilización es proporcional al de tolerancia e inversamente proporcional a su estructura represiva. El grado de civilización tiene que ver con la energía y el esfuerzo que una sociedad emplea para preservar los bienes públicos y no con la tozudez y violencia con que se defienden los intereses privados; la civilización es inversamente proporcional al grado de coerción. Si una fuerza es necesaria, imprescindible, llámese policía, milicia, ONU, OTAN, etcétera, no podemos hablar de civilización. Y con tolerancia me refiero al nivel de comprensión del otro. Pero siempre es mejor el vino o el aceite de uno aunque nunca haya probado ni quiera probar el del otro.»

(NdelaR: La grabación se corta en este punto y poco logramos averiguar de lo que siguió. Algunas lenguas cuentan que el Doctor Fernández Sanater entró al auditorio en ropa interior, agitándose y gritando desaforadamente que detengan al impostor, cuando apenas quedaban dos o tres estudiantes ultimando algunos apuntes en la sala. Pero este es un hecho no comprobado.)

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