Mensaje editorial

agosto 28, 2009 at 12:03 am (Uno que siempre es Otro)

La editorial se complace, más que en avisar, en disculparse por la poca atención que, en estas vacaciones, se le ha prestado a este blog. Los que llenamos este espacio nos vimos en la obligación de tomarnos un tiempito para simplemente rascarnos el pupo, a pesar del no disimulado enfado de S.R., que pidió encarecidamente que, ahí donde fuéramos, tuviéramos la molestia de escribir aunque sea unas pocas líneas.

Lamentablemente, no le hicimos ni puto caso; además no contestamos a las personas que mandaron comentarios (que, si bien este blog no lo hace directamente, es decir, en el espacio de los Comentarios -ya que sería como un pie de página-, sí lo hace a nivel personalizado). Sabemos que de vuelta de las vacaciones vamos a tener que ponernos al día.

Quien suscribe entiende que ya fue suficiente lo escrito, y no ve las horas de poner el punto final para ir corriendo y darse un chapuzón en el agua, por lo que… por lo que nada, punto y listo.

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El súper hombre

agosto 20, 2009 at 9:05 pm (Diarios de Motoneta (el Chango Vergara))

Ayer vi una película de Batman, creo que es la penúltima, la que muestra el origen. La película es entretenida y cuenta con un reparto importante, aunque, a mi parecer, Michael Keaton hizo un personaje más oscuro, hecho que poco interesa ya que no pretendo premiar a nadie, es otro el punto que inspira este desahogo. Transcurrida ya gran parte de la historia, nuestro héroe salva a la chica de las garras del villano; antes de que Batman desaparezca, como es su costumbre, ella le pregunta quién es. El murciélago no le dice que es Bruce Wayne, pero se lo da a entender. ¡Cuánta vileza! ¿Puede alguien, en este caso un superhéroe, caer más bajo, y tener que revelar su identidad para conquistar una mina? Mirá que hay que ser descarado. El vago tiene toda la plata, es filántropo, bien parecido, pero no le basta, tiene que recurrir a la infamia de promocionarse como héroe nocturno para que la chica le dé bola. Ese Batman es un verdadero cretino, un sinvergüenza. En ese momento me vino a la mente la escena en que Superman, después que Luisa Lane descubriera su identidad, la besa y le hace olvidar su descubrimiento. Pensé que era un héroe que se comportaba como un hombre y que, aun sabiendo que como Clark Kent tiene pocas chances de conquistar no sólo a Luisa Lane sino a cualquier mujer, prefiere ocultar su alter ego y apechugarla solito y sin poderes a la hora de encontrar el amor, pero ahí nomás recordé el diálogo que Tarantino pone en boca de uno de los personajes de Kill Bill, y donde refiere al hecho de que el verdadero disfraz es el del torpe periodista, por lo que Superman no sólo no revela su doble personalidad sino que oculta por completo su identidad, su Yo, por lo que no me parece menos cretino que Batman. Entonces ¿qué nos enseñan los superhéroes? Que no se puede afrontar ninguna relación sin máscaras ni disfraces. No me extraña que esta gente siempre ande sola. Tal vez deberíamos aprender de Tarzán.

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Tan lejos, tan cerca

agosto 15, 2009 at 8:28 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

Es notable cómo varía la noción del espacio… También la del tiempo. El viaje en avión se nos hizo interminable, sin mencionar los revoltijos de estómago aún antes de abordar, normales en este tipo de sucesos y más naturales si la inoperancia del personal primero había anulado mi pasaje (no el de Hele, y los compramos juntos), y luego, solucionado este error, nos colocaron en asientos diferentes. Por suerte también solucionamos este aspecto. El vuelo hacia Madrid salió tarde por no recuerdo qué inconveniente, luego esperamos tres largas horas en Barajas. El vuelo hacia Buenos Aires también se demoraría: un pasajero se vio afectado en su salud y requirió la presencia de profesionales de la medicina. Esta demora no nos afectaba puesto que en Bs. As. deberíamos esperar otras doce horas para tomar el avión que nos llevara (en ese entonces) a Salta, o que nos trajera (en este entonces, cuando escribo), pero el hecho de que se involucrara a médicos era, cuando menos y como están las cosas, preocupante. Al fin despegamos. No pegué un ojo durante todo el viaje; Helena dormitó de a ratos. A las cinco de la madrugada (hora de Argentina) aterrizamos en Bs. As. Todo este relato es tan largo y aburrido como el viaje, por eso, antes de seguir abordando estas peripecias, quisiera detenerme un momento, precisamente en el aeropuerto de Ezeiza, y más precisamente, en la parte donde se recoge el equipage (por si el viaje y el insomnio no bastaran para entorpecerle la vida a uno, todavía nos faltaba atravesar toda la ciudad, que es inconmensurable, para llegar hasta el otro aeropuerto, el que se encarga de los vuelos de cabotaje). Justo al lado de las cintas mecánicas encontré a una amiga; la llamé por su nombre casi en un acto reflejo pero todavía sin creer, sin caer en la cuenta de que era ella, un poco porque me pareció una alucinación de la falta de sueño, y otro poco porque estábamos como sacados de contexto; a pesar de haberla llamado por su nombre, tardé en reconocerla, en darme cuenta que de verdad era ella, en encontrarle una personalidad, un carácter, un pasado a ese nombre dicho en voz alta.

Conocí a MJ en un bar de Mendoza: la había visto entrar y la vi conversar con sus amigos. En un momento no aguanté más y me acerqué a su mesa y le dije algunas gansadas que, al parecer, causaron gracia (no es que no aguantaba estar sin decir gansadas, sino que no aguanté las ganas de acercarme). Ojos claros y profundos pero lo suficientemente translúcidos como para dejar ver una pena en el fondo, que a veces se contagiaba en su risa y otras veces no. Era linda, y lo sigue siendo. Nos seguimos viendo, pero por alguna razón, tal vez porque me dejé estar, tal vez porque no le gustaba de esa forma, tal vez porque tuvimos miedo o porque ambos veníamos de despechos recientes, tal vez porque simplemente no tenía que ser, pero por alguna de éstas o cualquier otra razón, no concretamos una relación de amor según la idea convencionalizada, o como era mi idea en un principio. Pero tampoco escatimamos calidez y cariño. Guardo recuerdos muy gratos, conversaciones amenas de juntadas programadas o porque solíamos coincidir en exposiciones de arte donde concurríamos con la finalidad de saciarnos de sánguches, empanadas y vino; una noche escuchando vinilos de Frank Zappa; una tarde en que ella, descalza y lozana, intentaba algunos pasos de flamenco en el living de su casa.

La última vez que nos vimos fue a fines del 2004, noviembre o diciembre, en Mendoza, donde el abrazo de despedida (yo me volvía a Salta) fue tan cándido y sincero como este último que nos dimos al despedirnos (nuevamente) en el aeropuerto de Bs. As. (ella volvía a Mendoza y por una fortuna de la vida no debía cambiar de aeropuerto, y yo iba –venía- a Salta).

Llegado a mi destino, mis vísceras siguen sin descanso ante el reencuentro con la familia y otros amigos que no veía hace mucho, pero mucho tiempo; creo que nunca voy a estar emocionalmente preparado para este tipo de viaje; han pasado años y kilómetros, y hay cosas que permanecen intactas.

Como otra forma de abolir la distancia (del tiempo y del espacio), ahora estoy escribiendo a mano, a la vieja usanza, bolígrafo y papel; como otra forma de abolir la distancia, he vuelto a las fuentes.

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Las calles de los satélites

agosto 8, 2009 at 9:42 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

puerta2 copiaApenas estuve instalado en Barcelona (aunque no establecido; esto me llevó mucho más tiempo –y lo que falta, aún), recibí una llamada de Errolan. Nunca supe cómo había conseguido mi número, y me esquivó cada vez que se lo pregunté, pero ahí estaba, del otro lado del teléfono, sin siquiera saludarme, y preguntándome qué iba a hacer dentro de una hora. Le respondí que imaginaba que iba a estar encontrándome con él. Se alegró de mi disponibilidad y me pidió que le dijera un número del 1 al 80, luego otro del 1 al 4 y por último una letra entre las cuatro primeras del alfabeto. Sabiéndolo a menudo inclinado a la cábala y a la superstición no hice ninguna pregunta y elegí el 76, el 1 y la B. Me insinuó si, acaso, no preferiría la C y le contesté que si quería elegir él nos hubiésemos ahorrado algún tiempo. Está bien, me dijo, nos vemos en la Calle de los Satélites al 16. Antes de despedirse me deletreó cómo se escribía esa calle en catalán: Carrer dels Satèl·lits, pronunció. Acudí a la Guía de la Ciudad y descubrí dos cosas: que la dichosa calle quedaba en la loma del orto y que los números que yo había escogido eran las coordenadas del mapa de la ciudad en dicha guía; supongo que su insistencia en que cambiara por la letra C se debía a que allí había una Calle de los Bohemios; de haber sabido hubiera dicho el 27, así no tenía que apartarme demasiado de mi casa. En Satèl·lits 16 había una casa y Errolan me esperaba en la vereda; no era su casa. Caminamos hasta el primer bar y nos metimos. Esa tarde charlamos de cualquier cosa y de nada, como siempre. En una de esas cosas me mencionó la idea de la vivienda como forjadora de la personalidad. Describió las casas en las que había vivido. En su época de estudiante: un primer piso en un terreno enorme que se usaba poco, al lado de una bodega ya extinta, o al menos lo parecía y, al frente, unos 80 metros de parque que terminaban en una autopista; la llamaba «El Templo»; luego, en un monoambiente que un político barrial de turno había construido en la mismísima casa de su madre, que recibió el mote de «La casita del Árbol»; más tarde, en otro barrio pegado a la autopista, una morada a la que denominaba «La casa del Puente»; de ahí, a un departamento erigido al fondo de la casa de los propietarios, a cincuenta metros de la entrada principal. Agregó que anteriormente también había vivido en lo que se llama el corazón de la manzana. ¿Te das cuenta?, me dijo, siempre estuve lejos de la calle, y de alguna manera eso influye o determina mi forma de percibir y percibirme.
No creo que esa sospecha esté cimentada en el rigor científico, pero tampoco creo que sea incierta (tal vez se lo consulte al Licenciado Neira, cuando vuelva de vacaciones). Por ejemplo, yo no dejo de perderme en Barcelona: cuando digo que por tal calle supuestamente tendría que salir en tal otro lugar, generalmente me equivoco; igual llego al tal lugar pero por el camino largo; a veces también me pasa lo contrario. Ni hablar de aquellos lugares que no volví a encontrar, y eso que bosquejé certeras referencias (a veces ni siquiera las referencias encuentro). Presumo que hay un montón de Barcelonas sucediéndose paralelamente. Es posible que trate este tema en alguna otra ocasión, pero por ahora la especulación no es para nada metafísica, sino física a secas… geométrica, en todo caso, por eso la palabra paralelamente me lleva a una conclusión que de alguna manera confirma la teoría de Errolan: desde que llegué, viví sobre una diagonal, una calle de las que atraviezan los paralelos; la facilidad con la que me pierdo no es debida a un problema psicomotriz sino que, al ser mi casa el punto de referencia, me habitué a caminar la ciudad de una manera oblicua.
Antes de ponerme a contar esto, consulté la Guía de la Ciudad: observé en un mapa que tanto mi casa como el lugar donde nos juntamos con Errolan están sobre la misma vertical (este tema fortuito tiene su interés particular; también trataré de desarrollarlo en otra ocasión), es decir que, según el mapa, si yo hubiese caminado derecho en cierta dirección hubiese dado con el lugar del encuentro, pero cualquiera sabe que eso es imposible: tengo una perspectiva tan transversal, que me niego rotundamente a interpretar una ciudad como si fuera un mapa.
«Hay que orbitar por dentro», me diría quizá Errolan.puerta copia

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Palabras atravesadas

agosto 3, 2009 at 10:56 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

Anoche discutí con mi mujer por una cuestión semántica. Ella se enojó porque, supuestamente, yo deseaba la muerte de los gatos. No era así. Yo simplemente había dicho que si se morían no me iba a volver loco. No deseo la muerte de los gatos ni de ningún otro ser viviente (aunque algunos se lo merezcan), pero la naturaleza responde a un ciclo y no hay por qué contradecirla; pero si no están más, tal vez no los extrañe. Retomaré este tema más adelante, o al menos eso espero. Ahora quería hablar de crucigramas. Ya les conté que mi interés por los diarios había disminuido notablemente, pero busco siempre un pasatiempo (más allá del periódico en sí). El domingo encontré un diario, como lo referí anteriormente, y la única satisfacción que pretendo de la prensa es la parte lúdica, es decir, crucigramas, acertijos, sudokus. Hoy lunes me puse a resolver un crucigrama del diario del domingo… «resolver» es una palabra que resulta jactanciosa en este caso ya que el crucigrama era bastante retorcido. Por ejemplo, 1 Horizontal: «Soberano mamón que está patidifuso y no pega sello (tres palabras)». ¿Qué ser humano normal puede responder a eso? O, ¿qué subnormal cree que eso es posible, que alguien puede saberlo? La respuesta es «manosobremano»; no lo deduje sino que por otro avatar de la vida recibí el periódico del día siguiente con las soluciones. Me puse a comparar: ¿qué persona en su sano juicio sabría que «masaencefálica» es la respuesta de la 1 Vertical («Si se pone tonta nos da jaqueca»), o que «maridos» es la solución de (10 Vertical) «Cuando dejan de serlo todavía se vuelven más peligrosos». (¿?) ¿Qué clase de enfermo mental anda por la vida creyendo que ha descubierto la pólvora con esta clase de jeroglíficos? O bien: palabra de cuatro letras, «Nos dejan boquiabiertos al hablar del horóscopo». Cri-Cri-Cri (onomatopeya del grillo). ¿Me toman el pelo? ¿Saben cuál era la respuesta?: «oooo», esa era la respuesta (lo afirmo porque vi las soluciones) y no me pregunten por qué, porque no tengo la más puta idea. No sé cuál es la intención del tipo que hace estas bromas macabras, pero le pagan por eso. Estoy seguro que, además, este tipo cree que es el súmmum del ingenio y que pronto le caerá el Premio Nobel, pero desde acá, déjenme decirle a ese engreído que díficilmente pueda aspirar a un premio si ni siquiera entendió el lenguaje básico de un crucigrama, a saber, que una persona se sienta segura y tranquila al resolverlo y no que el infame que lo hizo se regodee en lo que él cree ingenio y originalidad; el juego no se hace para uno mismo sino para muchos otros; el juego para uno mismo es masturbación (Nota para el que hace los crucigramas: «si querés masturbarte dedicate a la literatura, no a los crucigramas»).
Podría llenar un montón de páginas con ejemplos de este tipo de crucigramas… Digámoslo de una vez: son los de La Vanguardia… Como si no les bastara todo el cuerpo del diario para mostrar su mediocridad; no hacía falta extenderse a los entretenimientos.salidaxx1 copia

El hombre o el muchacho que cree que puede llegar al cielo con lo que él cree que es ingenioso me da pena; el periódico que le paga por eso merece mi respeto por considerar que el mecenazgo aún no ha muerto.
Y así van, tan tranquilos, creyendo que eso es la vanguardia.

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Diario más ínfimo, aún

agosto 3, 2009 at 1:56 pm (Diario ínfimo (Sebastián Irtzuberea))

newspaper copia

«Descartes perdió demasiado tiempo en la cama,
sujeto a la alucinación persistente
de que estaba pensando»

Flann O’Brien
(en referencia al Cogito Ergo Sum)

Ayer domingo, cuando subíamos al metro en Paral·lel, encontramos un periódico en los asientos. El segundo reflejo que tuve, ya que el primero fue agenciármelo, fue mirar la fecha para ver si correspondía al día. Leí: DOMINGO, 2 AGOSTO. Era del día, pero eso no fue motivo suficiente como para captar mi interés; preferí dedicarme a una nueva novela que empecé y de la cual extraje la cita que abre este artículo, que en realidad nada tiene que ver con lo que estoy contando pero que me causó tanta gracia que quise compartirla. Recién hoy, lunes 3 de agosto, le pegué una hojeada a la prensa: «La fe es una forma de vivir», «¿Qué comen los turistas?», «Tenemos sistemas para proteger la intimidad» (al parecer esta noticia, que tampoco me detuve a leer, trata sobre el Google Street View y no sobre el Servicio de Inteligencia o la policía, como imaginé en un principio), «Reflexiones sobre Irán», dicen algunos titulares. «No hay fobia a Catalunya; sí desconocimiento» afirma el presidente de un partido que tiene más espacio en la televisión que el Pato Donald; algo acerca de un incendio, dos casos nuevos de agresión sexual, Chávez cierra unas cuantas emisoras y modifica la ley electoral, se repiten las caras en la sección de Espectáculos y de Deportes (y muchas veces son los mismos deportistas los que dan el espectáculo) y, cómo no, ETA otra vez dando la nota. Por un instante tuve el presentimiento de estar leyendo un periódico del año pasado o de los anteriores, y podía ser porque ayer sólo había verificado el día, la fecha y el mes (sabía que era domingo y principio de agosto pero no estaba seguro que fuera 2), así que, acongojado por haber estado perdiendo mi tiempo en acontecimientos viejos, volví a confrontar el encabezamiento del diario con el calendario: era del 2009; coincidía, al final era un periódico fresquito, recién salido. (Debo admitir que la idea de que fuera un diario de antaño no me hubiera dejado tranquilo para nada y ahora estaría paranoico imaginando la causa o el significado de ese diario aparecido en mi vida uno, dos o quién sabe cuántos años después de la suya.) La efímera permanencia de un periódico, su corta duración, su vida de mariposa común hace que lo asociemos al presente, a la actualidad, pero las tramas se repiten hasta el cansancio. Como en las novelas de televisión: no hace falta ver todos los capítulos para saber de qué va. Pero a mí me cuesta otorgarle más presente o actualidad que a una novela escrita en 1964, y mucho menos, interés. Por eso ya casi ni leo los periódicos.

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El ritmo y el conflicto (the rhythm and The Clash)

agosto 1, 2009 at 12:07 am (El espectador)

london-calling Siempre me llamó particularmente la atención la condición del baterista. Para los guitarristas el ritmo no es música. Es necesario, casi imprescindible, para un hecho musical, pero desde luego no es música. Podría ejemplificar nombrando a Phil Collins o a Dave Grohl, pero reconozco que sólo sería una manera de expresar mi pura subjetividad; admito, mal que me pese, que he encontrado cosas curiosas en Grohl, y alguna vez me reí con Phil, pero nunca vi en tales curiosidades un argumento demasiado sólido como para que me cambien una percepción (no la de que los bateristas no son músicos sino la de que ni Phil Collins ni Dave Grohl me gustan como músicos). Aunque también reconozco que el puesto de la batería es respetado y, a veces, motivo de estupefacción, pero nunca es considerado como un generador autónomo de música. Por mi parte, considero que las matemáticas también requieren de una gran sensibilidad y que los guitarristas están muy pagados de sí mismos. ¿A qué viene toda esta introducción? A que hace poco leí por algún lado que, según la visión de la revista Rolling Stone, y entre los quinientos mejores discos de la historia, «London Calling» ocupa el octavo puesto, mientras que «The Clash» y «Sandinista» ocupan el puesto 77  y 404, respectivamente. Me preocupa que el criterio de tan egregios forjadores de la opinión pública hubiese olvidado «Combat Rock». Convengamos que bajo ningún punto de vista pretendo ser objetivo (ni siquiera lo ambicioné de joven), pero también convengamos que la objetividad no era ni es la pretensión de ésa ni de ninguna otra revista de música. No voy a ser, tampoco, tan jactancioso de incluir este disco entre los mejores de la historia, pero sé que es un disco estupendo, y sorprende que el punk pueda evolucionar y asumir tan diversas formas. De la misma manera que la gente se empeña en decir que Piazzolla no hacía tango se puede decir que The Clash no hacía punk, pero realmente hay que ser un cretino para no ver o negar las raíces. Al final me estoy engranando y hoy no tenía planeado enojarme… Y tampoco quiero que perdamos el hilo: ayer y anteayer me puse a oír ese disco; me sigue pareciendo estimulante, diría que casi exacto; hay once temas precisos, acabados, pensados, sentidos y jugados, pero además hay un doceavo que es impresionante: es el sexto tema, «Straight to hell». Se escucha un bajo, una guitarra simpática, algún teclado lejano, pero cualquiera sabe que son sonidos más bien prescindibles; el tema se basta a sí mismo con una batería y la voz de Strummer que, para sincerarnos, no es el london-calling copiamejor ejemplo de armonía. Pero ese tema (y ya no me importa pecar ni de subjetivo ni de pretensioso ni de nada) está entre los mejores temas de la historia.

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